Llegó el otoño, octubre y otoño, tan íntimamente entrelazados, tanto cómo intimidará hoja, no seca (para secar llega el invierno), sinó húmeda, con súelo húmedo; cómo en un acto sexual terrenal, eterno, confundiran nuestras pisadas hoja con tierra. Y ese olor; ese olor a hoja quemada. Ese olor a humo natural, naturalmente.
No en vano me mira amenazante el ojo de la noche; esta luna (casi llena) que entre tres nubes, es parpadeada por los cielos y por un instante encontrando su encuadre perfecto, cuál criatura infinita, curvada hacia los horizontes, me mira; un iris crateado, tirando a amarillo, por viejo y que también por sabio; y luego esa ventisca, húmeda, pero sin punzar (para punzar llega el invierno), y luego esa luz de farol, farolillo, farola, lo que sea, que cuál escena filmográfica, ilumina parte del camino, (para llegar llega el invierno).
Gozar de estos días que día a día se hacen cortos y lúgubrean más de la cuenta.
Ver cómo todo se marchita, como todo perece, no antes sin dejarnos el mejor pastel de tonos apagados, rojizos, anaranjados, grisáceos, ese mural que lenta y parsimoniosamente se irá tornando en gris. Porqué todo se torna en gris (para blancos y negros llega el invierno).
Y lo pregunto. Porqué todo se torna en gris. Crece la melancolía y el recuerdo de días mejores, lo exhala cada hoja de árbol de bosque. Nosotros lo inhalamos.
¿Porqué te fuiste cuándo pudiste ser mía?
¿Saben porqué? Porqué llegó el invierno.