Cuantas cosas el mes de Abril, desde su principio hasta su final, Abril es como muchas otras palabras el nombre de mujer, para mi Abril está a la misma altura que Alegría, Soledad y todos aquellos nombres propios en sentido estricto y figurado que llevan nombre de mujer. Pero ¿podría yo en sentido estricto insinuar que tengo que atribuirle a Abril nombre de mujer?
¿Quién me ha robado el mes de Abril?
C. no tiene quien le escriba
sigo empecinado con esa novela. Siento decepcionarte pero es así, tenías razón cuando me decías aquello que me tomo mi vida como si fuera una de ellas, la mejor que jamás pudieras leer te solía decir. Y sin embargo aquí sigo, avanzando página a página, capítulo a capítulo. Estoy preparando uno grande ¿sabes? Uno de esos con cambio en la trama, con la aparición repentina de nuevos personajes, con la resolución de viejas intrigas. Pero no te creas que con este voy a darla por concluida. Dicho capítulo lo tengo todo en la mente, lo he visualizado, tan sólo me falta redactarlo, hay… todo hay que decirlo, un grave problema: Es muy difícil para mi (y a la vez tan fácil) escoger las palabras que tengo que poner en la boca de ella.
Tenías razón cuando decías aquello que debo dormir más, me pesan los pensamientos; volvías a tener razón cuando me decías que no compartiera piso, que mi personalidad me llevaría a cometer estupideces que obviamente he acabado cometiendo…maldito amargado de la vida ¿por dónde iba?
Escoger las palabras… las palabras que debo poner en tu boca para este juego de sombras. “Nuestro amor es como el amor que sentían los habitantes de la caverna de Platón por las sombras del mundo que se proyectaban en las paredes de la cueva. Un simulacro a distancia”. Recuerdo la novela homónima de Saramago, por ella se ganó mi respeto. Qué fantástica pincelada final. Joder C. es como sí yo pudiera titular a mi novela; El Amor de A. por Z. y conseguir que los imbéciles de los lectores (recuerda quien se repite toma por imbéciles a quienes les escuchan y ya me dirás tu si no hay nada más repetido y hecho variación que las historias de amor, estamos rodeados de ellas) se sorprendieran al final del libro del amor de A. por Z. Pero desvarío. ¿Crees que tengo algo que envidiar de Saramago, algo que hacer con Platón?
Poniendo esas palabras en su boca le proporciono a A. demasiadas reflexiones que no le pertenecen. Eso es lo peor de nosotros los que escribimos C., condenarnos a construir la psicología de nuestros personajes, a darles vida, a hacerlos crecer por entre las páginas. Seguramente estos personajes no serán en esencia originales, seguramente serán variaciones de otros de cuyo rostro no nos queremos acordar, luego te enamoras de ellas, y sólo cuando recuerdas sus rostros te das cuenta de que estás un poco más apartado de este mundo. Que no es bueno enamorarse de sí mismo. Está bien eso de hacerse el amor, sí, pero ¡hay que vigilar de no enamorarse!
Caray, podrías dignarte a volver C., deja ya ese sitio en el que te escondes y ven que saldremos, ven que beberemos, ven que imaginaremos y si eso quizá algún dia, dormiremos. Y hasta ese día te aseguro que no sabrás como termina ese capítulo, y menos aún cómo sonarán las tapas duras de la novela al cerrarla en la úlimta página. Pero qué más da eso, tu lo solucionarías rápido: “Todos los finales son el mismo repetido”. ¡No dejes que se borre tu camino de vuelta amigo!
Atentamente,
M.
El Rostro bajo el Sombrero
Temprano en una mañana, para matar el tiempo, ensillé mi caballo. Les vi en la colina. Me acerqué a ella, y la justicia hizo lo que tenía que hacer. Ví entonces en la llanura un jinete solitario levantando polvo, monté el mío, rezé una plegaria y me fui con él a la tierra prometida.
SLEEP WELL, MY BABY...
El día después de que me describiera su decepción, nuestro error; un error común, los que comete todo el mundo y todo el mundo conoce, el nuestro se había materializado de una forma muy distinta; La peluca rosa había dejado de tener sentido, la lencería negra era ridícula, los números ya no nos hablaban y las velas sólo me hacían ver que todo se consume y que ante todo con el tiempo todo pierde su forma, pero eso fue la semana después.
La semana de antes, todo era una profunda renovación, renovación de ilusiones, intenciones, una reconstrucción de nosotros mismos; ella me sorprendería y yo haría algo que llevaba sin tiempo; agradecérselo, mi cinismo no tenía ya límites. Pero todo eso fue un año después. Un año, una semana y un día antes para ser exactos ocurrió; rasgué el telón. Dejé de ser su amigo, me convertí en cómplice de su desnudez y viceversa, me convertí en testigo de su misterio y viceversa. Dicen que cuando hacemos el amor por primera vez con una persona todo cambia, se descubren inmensidad de cosas que nos invaden sensorialmente que desconocíamos de la persona con la que nos acostamos, que nuestra relación con ella da una vuelta de calidoscopio y en ese tránsito giratorio, ese desenfreno de colores y formas, ese orgasmo geométrico nos presenta a su término un retrato totalmente distinto de la persona en sí, como si tuviéramos una foto de van Gogh y pudiéramos sustituirla por su célebre autorretrato.
La pregunta es la siguiente: ¿Qué es lo que viene antes? ¿Qué es lo que viene después? Pasamos del detalle fotográfico al libre trazo impresionista o acaso pasamos de la superficial instantánea al mundo interior de cada pincelada. ¿Qué diferenció ese primer acto de amor de los demás? ¿Cuántas vueltas dio el calidoscopio para llegar al mismo sitio? Recuerdo que esa noche le susurré al oído “Sleep well my baby”. Ahora antes de acostarme, cuando me enfrento a mi nueva situación, porqué siempre tendré que diferenciarla de una vieja, pienso en esa frase para mis adentros. Algunas semanas antes, es decir unos trece meses antes yo andaba por la calle, me detuvieron, me hablaron en perfecto ingles, y me robaron el sueño.
Y en sueños digo “I’ll be back one day” .