Sobre errar por el Boulevard de los Sueños rotos
Y cómo proyectándose desde alguna bovina olvidada volvió; se entrometió en mis sueños, logró sortear las trampas y los laberintos de mi subconsciente para volver a instalarse allí, tumbada desnuda encima de esa habitación de mis sueños y mi ensueño; aquella en la que dispongo y despacho mis deseos.
Así que la visita fue obligada, en mis sueños no hacen falta muchos pretextos para acariciarla, para conducir mis manos hacia el sur de sus placeceres, para acariciarla, para encenderla, para llenarla.
Fue una largamente entrada noche de octubre, o del més en el que entra el invierno, no quedaban esperanzas para disimular la oscuridad; el señor de la noche no estuvo conmigo, dispuso sobre mí tan sólo las sombras; abatido me decidí por volverme a mi madriguera; de camino, se nos encontraron los ojos, cómo las canicas de dos mocosos de la escuela, iridiscentes, fragmentando los colores y estallando entre ellas, perfectamente elásticas “clac!”. Así chocaron nuestras miradas, así aprendí durante 7 meses, 7 días y unas tantas horas, a desearla. Claro que todo esto no tendría sentido si no viniera ahora la parte en la que se satisfifieron mis deseos, y llegó.
Pero de todo eso hace ya mucho tiempo; el niño ha perdido ya todas sus canicas.
Es por ello y sin ningún otro pretexto que al levantarme de entre esa proyección de bovina extraviada me pregunto, ¿porqué? ¿porqué ahora vuelves de dónde la magia?
Fotografía "Apropos To Magritte" de Nick Darastean
Sobre un retrato de relato
No me cansaba de contemplarte, contemplándote, eras cómo un paisaje extendido desde el punto de fuga de la belleza, hasta mis iris; enfrentando nuestras esmeraldas. No me cansaba de tenerte al alcance de una caricia; no me cansaba de recorrerte con la mirada, recorrer sin brújula el sur, pero sobretodo el norte de tus extensiones; flores en su primera primavera.
Iris a iris, parpado mío; parpado tuyo. Estabas tan viva para mí, puros colores, una vida en alta definición. Yema a yema, cuando convenía. Y cuando no, la oscuridad se encargaba de hablar por nosotros.
Pero un día de tí sólo me dejaste un remitente; a mano alzada. Provocó eso que una ligera cortina, de las planas me refiero, se dibujase entre nuestros rostros; al principio nada; una leve pátina de hielo que con un poco de calor, de acercamiento, conseguíamos derretir y regalarnos si cupiera, un beso mojado.
Pero implacable pasó el tiempo; y llegaron muchos inviernos. Por ello, deshoja a deshoja esa tela de hielo se convirtió en una placa, suficiente gruesa como para que a destiempo nuestras pasiones no fueran capaces ya de fundirlo; de este modo empecé a verme reflejado; así que ya, sobre el cristal, pinté tu retrato.
Colgóle cerca de mi mesa, desde dónde te escribiría; primero algunas cartas correspondidas, más tarde ya; monólogos que no vieron luz de día. Así que tu retrato a compás de mi cabello con el tiempo se desteñía.
Así que llegaste a ser eso, un retrato en la pared del tiempo; “acompañado de muchos otros” pensarás quizá desde allá arriba. ¿Porqué será que no quieren llevarme contigo, dónde no existen ni noche ni día? Me dijeron que el cielo estaba cerrado y el infierno lleno; así que no hay otro remedio, vagar por la tierra a desgana, detrás de telón de la vida.
Soy ahora viejo y gris, no es precisamente amor lo que añoro, ni tampoco estima; pero eso sí te prometo una cosa, contemplaré los atardeceres desde tu lápida, con la esperanza de que en la hora en la que la noche encuentra el día, vengas a mi encuentro, y si no eres tú, aquél que el muy jodido, devuelve todas las cartas que me envias.
Iris a iris, parpado mío; parpado tuyo. Estabas tan viva para mí, puros colores, una vida en alta definición. Yema a yema, cuando convenía. Y cuando no, la oscuridad se encargaba de hablar por nosotros.
Pero un día de tí sólo me dejaste un remitente; a mano alzada. Provocó eso que una ligera cortina, de las planas me refiero, se dibujase entre nuestros rostros; al principio nada; una leve pátina de hielo que con un poco de calor, de acercamiento, conseguíamos derretir y regalarnos si cupiera, un beso mojado.
Pero implacable pasó el tiempo; y llegaron muchos inviernos. Por ello, deshoja a deshoja esa tela de hielo se convirtió en una placa, suficiente gruesa como para que a destiempo nuestras pasiones no fueran capaces ya de fundirlo; de este modo empecé a verme reflejado; así que ya, sobre el cristal, pinté tu retrato.
Colgóle cerca de mi mesa, desde dónde te escribiría; primero algunas cartas correspondidas, más tarde ya; monólogos que no vieron luz de día. Así que tu retrato a compás de mi cabello con el tiempo se desteñía.
Así que llegaste a ser eso, un retrato en la pared del tiempo; “acompañado de muchos otros” pensarás quizá desde allá arriba. ¿Porqué será que no quieren llevarme contigo, dónde no existen ni noche ni día? Me dijeron que el cielo estaba cerrado y el infierno lleno; así que no hay otro remedio, vagar por la tierra a desgana, detrás de telón de la vida.
Soy ahora viejo y gris, no es precisamente amor lo que añoro, ni tampoco estima; pero eso sí te prometo una cosa, contemplaré los atardeceres desde tu lápida, con la esperanza de que en la hora en la que la noche encuentra el día, vengas a mi encuentro, y si no eres tú, aquél que el muy jodido, devuelve todas las cartas que me envias.
PODCAST: Sobre el día, que nunca llega
Tercer Podcast, esta vez, sobre el útlimo texto, Sobre el día, que nunca llega, por así decirlo se trata del primer texto que escribo pensando directamente en grabar un podcast. Este pequeño poema, nació en un viaje de autobús en el que me dió un tanto de pereza hacer otra cosa que no fuera mirar por la ventana, mientras escuchaba la canción "Everything fades to gray" de Sonata Arctica, la misma que suena de fondo en el Podcast, se me ocurrió el principio del mismo. Espero que os guste.
Sobre el día, que nunca llega
Nada, un ruido.
Nada, serie de tímidas huellas en la tundra, asustadas.
Nada, delirios en la oscuridad.
Hierbas temblorosas cobijadas bajo un manto blanco.
Heladas, silbante viento, ramas resonantes.
Miedos consonantes, llano en la penumbra.
Y al fín, el rayo que no cesa.
Proyección sutil rosácea que acaricia la estepa.
Perlas cristálinas, desheladas; rocío. Indicio de mañana.
Y al fín un pájaro canta. Y otro. Otro.
Lapis lázuli dispersado cubriendo llano.
Escarcha que se desprende de telaraña;
insecto que liberado, alas baten, haces cortan.
Y llega la primera hora de Zaratrusta.
La mañana que nos da la vida; viviendóla.
Cuál cosa infinita. No hay llanto si no es por espinas.
No hay mal que por bien no venga:
persistentemente tras las nuves; rayos de esperanzas.
Quisieras que cesara ese rayo al mediodía;
zenitalmente se llega a la cima,
llegada la mala hora, se alargan las sombras de la vida.
Encurvando el paisaje de la carne;
siendo visto, verse reflejado en ojos de otros.
El rubí ya se fragmenta ya recubre hasta las emociones;
la conciencia de que no todo dura;
el saber en su conocimiento se da por repetido;
las ganas de hacer nada; el ir tallando el cobalto.
Pulir el azabache pues no se tiene otra cosa en la vida.
Retorno de las consonancias, de los silvidos, las resonancias.
Violines que violentos anunciarán ruidosamente la vuelta
hacia la nada.
Sobre un final orgánico
Hoy haré que mi vida pierda su sentido;
ya es solamente la última curva del camino;
una forma extraña y me espera sentada en el recodo;
Se levanta al aproximarme: "siempre hay algo que aprender
viene a mí al levantarme: a la repetición no tienes que temer".
Conmigo se sienta entre un cielo al óleo rojo de atardecer.
viene a mí al levantarme: a la repetición no tienes que temer".
Conmigo se sienta entre un cielo al óleo rojo de atardecer.
A acariciar los senos de la vida
A besar a la boca la columna del sino.
A tragarse todas las lenguas del mundo.
A besar a la boca la columna del sino.
A tragarse todas las lenguas del mundo.
Sobre los días raros
Nunca estuve allí (más allá de mi piel).
Nunca volveré a tí (más allá de mi piel).
Nunca diré nunca (más allá de mi piel).
Nunca volveré a tí (más allá de mi piel).
Nunca diré nunca (más allá de mi piel).
Las palabras se han podrido en algún lugar entre la yema de los dedos y la punta del corazón; tengo el antebrazo roído por todas aquellas historias que al vuelo no pudieron ser cazadas ni clavadas en un muro intangible con una aguja bien bien afilada; volver a escribir es cómo andar por un bosque a oscuras. Sin luna llena.
He dejado tanto sin contar por este camino; al andar muy rápido podía sentir cómo las palabras una a una se desprendían de mí y falseaban la llegada de un duro invierno, posándose sobre el suelo. He visto como uno a uno los espectadores de está proyección de luz oscura se levantaban y marchaban ofendidos hasta la puerta de salida. Necesito salidas. Emergentemente.
Sobre los días raros podría decir muchas cosas; si por ello encontrara las palabras. Poco a poco, antes de que llegue el frío, sudaré está tinta que enturbia mi sangre y satura mis venas. Poco a poco, haré que lo justo sea necesario y que lo injusto deje de pesar en la balanza.
Y por ello,
Haré que tus colores se vuelvan grises.
Haré que toda palabra sea última.
Haré que no vuelvan jamás días raros.
Haré que toda palabra sea última.
Haré que no vuelvan jamás días raros.
Y que jamás vuelva a decir nunca.
Señoras y señores, bienvenidos de nuevo a mi vida.
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