Oscuridad completa. Oscuridad silenciosa y fría. Oscuridad que pesa y que presiona cada pliegue de mi piel y de mi ropa ¿como he llegado hasta aquí?
Hace menos de cuatro días me monté en un avión y llegué aun aeropuerto cruzando el mar y viendo como plateadas las aguas se extendían hacia el sol poniente. Sin más sutilezas, Irlanda. Seguramente sea el producto de no haber pasado nunca largo tiempo en una isla pequeña. Pequeña en relación a un continente supongo, si pudiera establecer una relación lineal podría sentirme en la piel de un Rapa-Nui, e inevitablemente sentir como se sentía esa gente, y seguramente lo conseguiría con mucha más fidelidad que aquellas exposiciones descafeinadas. Ya sabes, si quieres saber como se concebía la existencia en la Isla de Pascua, olvídate de exposiciones, libros y documentales: vive un tiempo en una isla, aunque sea la tercera más grande de Europa.
Escrutando vía autopista y carretera dura la isla me he encontrado con atardeceres imposibles, con paisajes y personajes de sueño dignos del fín del mundo. No cabe en este pequeño memorando la descripción de todos aquellos, y de todo aquello que da unos días y un recuerdo bien construido. Cruzando desde Dublín la isla se llega a las áridas y continuamente castigadas tierras del Burren. Unas tierras áridas y pedregosas, dibujadas por el continuo azote del viento y del oceáno. Tierras que antaño fueron fértil pasto de pueblos transhumantes tocados por la bendición de los celtas, dónde se levantan aún misteriosos dólmenes. Llegas al pie de un gran monte de piedra caliza y como si se tratara de los escombros de la construcción de la más alta de las torres o la más colosal de las estatuas te encuentras con un cartel que sugiere una interesante visita turística, lo consultas en tu guía. Parece ser una interesante visita turística. Te desvías, aparcas, sales del coche y te embarcas.
Una entrada a través de la tienda del sitio, por el mismo sitio saldremos, imagino. Dependientas simpáticas vestidas de verde con camisas a rayas, un torno metálico previo pago de una entrada moderadamente turística y nos vamos hacia lo desconocido.
“Formen una cola, síguenla por favor”, “Deténganse cuando les indique”, “Escuchen mi explicación”, “Cuidado con sus cabezas”, “¿Escuchan el rumor del salto de agua?”, “¿Sienten el olor de las aguas subterráneas?”, “estalactitas”, “estalagmitas”. De momento como en la Cueva de Platón, hay sombras. Sé de dónde vengo pero soy un turista, así que si alguna vez mi visita tuvo algún sentido, garantizo que en este momento se me ha olvidado. Estoy rodeado de americanos con sobrepeso, parejas distraídas, prometidos sin promesas, suerte la nuestra que no hay ningún niño mimado. Nos detenemos así que,
oscuridad completa. Oscuridad silenciosa y fría. Oscuridad que pesa y que presiona cada pliegue de mi piel y de mi ropa. Así he llegado hasta aquí.
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz?
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz en un lugar cerrado?
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz en un lugar cerrado a cientos de metros bajo el suelo?
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz en un lugar cerrado a cientos de metros bajo el suelo y a miles de quilómetros de su hogar?
Yo no sabría decir con certeza si esto ha ocurrido realmente, pero si así fuere, le diría que el amor es como un Gato Triste y Azul, aparece en un lugar frío, remoto, inesperado, realmente mágico y con un leve gesto te pide que dejes al grupo, que le sigas que bajes con él hasta profundidades que crecen y crecen y que nunca sabrás lo que fueron y lo que serán. Cierto es que en ese momento oscuro en la cueva, una mano se sujetaba a la mía y gracias a ella todas las preguntas que he formulado anteriormente dejan de tener sentido alguno. Más bien dan igual. En cualquier caso, el Gato Triste y Azul seguiría apareciéndo y habría que ver qué haríamos con esa mano que llevamos pegada a la nuestra. Porqué ya lo saben: el Gato Triste y Azul nunca se olvida...
Hace menos de cuatro días me monté en un avión y llegué aun aeropuerto cruzando el mar y viendo como plateadas las aguas se extendían hacia el sol poniente. Sin más sutilezas, Irlanda. Seguramente sea el producto de no haber pasado nunca largo tiempo en una isla pequeña. Pequeña en relación a un continente supongo, si pudiera establecer una relación lineal podría sentirme en la piel de un Rapa-Nui, e inevitablemente sentir como se sentía esa gente, y seguramente lo conseguiría con mucha más fidelidad que aquellas exposiciones descafeinadas. Ya sabes, si quieres saber como se concebía la existencia en la Isla de Pascua, olvídate de exposiciones, libros y documentales: vive un tiempo en una isla, aunque sea la tercera más grande de Europa.
Escrutando vía autopista y carretera dura la isla me he encontrado con atardeceres imposibles, con paisajes y personajes de sueño dignos del fín del mundo. No cabe en este pequeño memorando la descripción de todos aquellos, y de todo aquello que da unos días y un recuerdo bien construido. Cruzando desde Dublín la isla se llega a las áridas y continuamente castigadas tierras del Burren. Unas tierras áridas y pedregosas, dibujadas por el continuo azote del viento y del oceáno. Tierras que antaño fueron fértil pasto de pueblos transhumantes tocados por la bendición de los celtas, dónde se levantan aún misteriosos dólmenes. Llegas al pie de un gran monte de piedra caliza y como si se tratara de los escombros de la construcción de la más alta de las torres o la más colosal de las estatuas te encuentras con un cartel que sugiere una interesante visita turística, lo consultas en tu guía. Parece ser una interesante visita turística. Te desvías, aparcas, sales del coche y te embarcas.
Una entrada a través de la tienda del sitio, por el mismo sitio saldremos, imagino. Dependientas simpáticas vestidas de verde con camisas a rayas, un torno metálico previo pago de una entrada moderadamente turística y nos vamos hacia lo desconocido.
“Formen una cola, síguenla por favor”, “Deténganse cuando les indique”, “Escuchen mi explicación”, “Cuidado con sus cabezas”, “¿Escuchan el rumor del salto de agua?”, “¿Sienten el olor de las aguas subterráneas?”, “estalactitas”, “estalagmitas”. De momento como en la Cueva de Platón, hay sombras. Sé de dónde vengo pero soy un turista, así que si alguna vez mi visita tuvo algún sentido, garantizo que en este momento se me ha olvidado. Estoy rodeado de americanos con sobrepeso, parejas distraídas, prometidos sin promesas, suerte la nuestra que no hay ningún niño mimado. Nos detenemos así que,
oscuridad completa. Oscuridad silenciosa y fría. Oscuridad que pesa y que presiona cada pliegue de mi piel y de mi ropa. Así he llegado hasta aquí.
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz?
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz en un lugar cerrado?
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz en un lugar cerrado a cientos de metros bajo el suelo?
¿Ha experimentado nunca la total ausencia de luz en un lugar cerrado a cientos de metros bajo el suelo y a miles de quilómetros de su hogar?
Yo no sabría decir con certeza si esto ha ocurrido realmente, pero si así fuere, le diría que el amor es como un Gato Triste y Azul, aparece en un lugar frío, remoto, inesperado, realmente mágico y con un leve gesto te pide que dejes al grupo, que le sigas que bajes con él hasta profundidades que crecen y crecen y que nunca sabrás lo que fueron y lo que serán. Cierto es que en ese momento oscuro en la cueva, una mano se sujetaba a la mía y gracias a ella todas las preguntas que he formulado anteriormente dejan de tener sentido alguno. Más bien dan igual. En cualquier caso, el Gato Triste y Azul seguiría apareciéndo y habría que ver qué haríamos con esa mano que llevamos pegada a la nuestra. Porqué ya lo saben: el Gato Triste y Azul nunca se olvida...
2 comentarios:
Tienes un muy buen blog, asi que enhorabuena y como en todos los webmaster nos dejamos llevar, como el tapon que abriste en tu bañera.
saludos y tienes un nuevo seguidor en google friends.
http://dalecalor.blogspot.com
Muchísimas gracias por tu feedback. Bueno como has visto hace un tiempo que no se crea por aquí, pero ya va faltando menos para que vuelva. ¡Un saludo!
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