Suena el crepitar de una piedras y arena bajo las ruedas de un coche que aparca, se abre una puerta con su familiar sonido y aparece un pie que con firmeza pisa el suelo, aparece un segundo, se hacen a un lado, y se cierra la puerta, con su particular sonido.
En un barrido horizontal vemos dos rostros. Uno de ellos es masculino y fija su mirada en un punto y tiene la boca entreabierta, una expresión de sorpresa se mezcla con la gravedad de un ceño fruncido. El otro, a la derecha de la panorámica, es femenino y sobre unos labios cerrados hay unas gafas de sol, que al fijarse nuestra vista en ellas son retiradas por una mano suave, dejando tras de sí un gesto grave (también).
El plano se situa en la espalda de las dos figuras que acaban de descender de un coche alquilado y frente a ellas se extiende un particular paisaje. La luz ivernal de la tarde, naranjosa bruñe toda el terreno en su extensión y proporciona un tono rosáceo a un cielio extrañamente azulado. A la derecha y mediante una suave pendiente se yerguen tres colinas sin apenas vegetación alguna, el terreno es rocoso, con motas de hierba seca aqui y allá. Algunos postes de tendido eléctrico de madera se reparten aleatoriamente por la escena así como cercados de piedra y caminos rurales. A la izquierda discurre una carretera y se perfilan también montes pero de menor interés. Sabemos que más allá de estos se encuentra el oceano. Un oceano que no vemos desde el ancho valle en el que estamos.
De varias decenas de puntos en los montes a la derecha de la panorámica se levantan humaredas arrastradas hacia la izquierda por un suave viento septentional. El aire huele a vegetación carbonizada.
“Con esta luz y en esta tarde, parece que estemos en el fín del mundo”, dice el rostro masculino con su mirada fija (aún) en un punto (en el mismo) y con la boca entreabierta, (después de articular las palabras) y el ceño fruncido.
El fín del mundo.
El fín del mundo es una isla. El fín del mundo es estar en la punta de una isla de un mar infinito y un horizonte de más de ciento ochenta grados. La gente que vive en el fín del mundo tiene una mirada pálida y húmeda que refleja el fín del mundo. La gente que vive en el fín del mundo y tiene esa mirada hacen fuegos en las colinas que están cerca de esa punta de más de ciento ochenta grados. Los fuegos del fín del mundo son arrastrados por suaves vientos septentrionales y huelen a vegetación carbonizada y cubren todo el cielo con esa luz y en esas tardes que hacen que parezca que están en el fín del mundo. El fín del mundo es contemplado por dos rostros graves y el fín del mundo son colinas que arden y arden mientras islas de ciento ochenta grados se hunden en un oceano de un mar infinito y aire carbonizado, ceño fruncido, tendido eléctrico, madera extrañamente azulada, derecha, monte, luz rocosa, también que crepita un tono invernal de motas erguidas.
Se abre una puerta con un familiar sonido y aparecen dos piés pisando con firmeza el suelo, uno desaparece y le precede el otro. Se cierta una puerta. Al encendido de un coche le sigue crepitar de unas piedras y arena bajo las ruedas de un coche que se aleja.
2 comentarios:
A mí me parece que has estado soñando con el futuro. El día 8/07/11 te lo demostraré.
Las Islas de Fuego y de Hielo queman por igual :-P me tendré que llevar el cuaderno y la pluma.
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