Y menos mal que
de tanto en tanto
por tí pero sin contigo
las cosas se vuelven locas.
Y digo locas por no decir
que el mundo se centrifuga,
es decir yo sigo en el centro,
tú irremediablemente te alejas
Y la brújula da vueltas y vueltas
siguiendo el surco de un vinilo
con una vieja canción impresa.
Y claro, siempre me mareaba
hasta que dí con el remedio y
mira; te escribí un poema.
Capitán, armando rampas I
“Ventana, por favor”. {Siempre ventana. Para poder ver la más ligera de las curvaturas en el horizonte, si las nubes altas lo permiten.} [La chica joven de mirada atenta siempre dispensa los billetes con una sonrisa crepuscular, su piel es suave pero tensa, su pelo recogido en tensión bajo un gorro con los colores de la compañía.]
“Cinturón, llaves, monedas, ¡Todo fuera por favor!” [La cola es larga la gente sostiene en su mirada, en su mayoría un hastío provocado por un proceso absurdo que no se cansan de pasar, ordenador fuera, líquidos milimetrados, cinturones fuera y manos arriba] {Siempre es lo mismo y nunca consigo convencerlos de que no llevo nada encima, ni de que un iogur no es un líquido}. [Hay que tener sumo cuidado de no olvidarse de la tarjeta de embarque en una de esas bandejas]. {Puerta B-15, Fila 12, Asiento A, puerta b-15, fila 12, asiento a, puertab15 fila12 asientoa, pb12 f15 aa.} [Echa un vistazo a la tarjeta] {¡Maldita dislexia!}
[No hablará con nadie más, ni en la espera para embarcar, rodeado de cosas en la falda de la gente, portátiles, libros electrónicos, tabletas, bolsas duty-free, y si acaso, algún niño. Tampoco hablará con nadie haciendo cola, estará escuchando su reproductor de música:]
[Y entonces se empezará la carga del pasaje al avión, primero entre las filas 14 y 25 (no hay fila 13) y después ya le tocará entrar, buscar un espacio para dejar su equipaje de mano previo saludo tan aprendido como cándido de una azafata, lo dejará, el equipaje, y se sentará en la fila 12, abrirá la ventanilla, que estará bajada cuando se sienta, con el espectáculo para la vista que supone la vista de halcón desde las alturas, ¿Quién querría privarse de tal espectáculo? El anterior ocupante del asiento A de la fila 12. Unos 15 minutos después de haberse sentado en su asiento se escuchará por la megafonía:]
[Y a pesar de haber viajado varias decenas de veces en avión en toda su vida, por primera vez se preguntará:] {¿Capitán Armando Rampas? Qué nombre más ridículo.} [Pero entonces reflexionará durante unos instantes, y con la mirada perdida hacia un punto de fuga a través de la ventanilla, quizá situado entre un hangar de carga y la colina más próxima del aeropuerto, tendrá una pequeña revelación:] {Ah... Capitán armando rampas, claro, listos para salir a volar. Curiosa expresión.} [Tendrá ganas de búscar su significado con su smartphone pero no habrá tiempo porque una mujer con forma de de sonrisa cándida y aprendida le recordará eso de:] “Caballero le recordamos que a partir de este momento debe desconectar todos sus aparatos electrónicos”. [Él siempre se lo toma al pié de la letra; siempre se duerme antes del despegue, eterno es la rodadura hacia la pista de despegue, profundo es el sueño en el que se duerme y violento el despertar. Una violenta sacudida del aparato le despierta justo en el momento en el que el avión levanta el morro, así que por unos instantes le da tiempo de ver como alza el vuelo y todo se miniaturiza a una velocidad endiablada], {siempre como las maquetas de tren de la tienda de juguetes}. [Él siempre tiene esa imagen en la cabeza cuando despega y asciende, asciende hacia las alturas. La imagen que no tiene es la que dibuja está fase del vuelo como, junto al aterrizaje, la más peligrosa de todas. Sigue contemplando las vistas desde la ventanilla cuando de pronto:]
[La música imaginaria se ha convertido en el acompañamiento perfecto de la tragedia que puede producirse, en potencia, a continuación. ¿No lo han pensado nunca? Montarse en un avión es lo más parecido a la lotería de la muerte: hay muy pocas posibilidades de que nos toque (ínfimas) tan pocas como las que tenemos que nos toque la lotería (la de ganar dinero) y sin embargo si nos toca no tenemos nada, nada que hacer, tan sólo esperar que la muerte sea rápida e indolora, pero ¿como serán esos instantes previos a esa muerte? Una muerte que va precedida de una precipitación al vacio, hacia un vacío con un fondo que mata no puede ser una buena muerte. Pero mejor no nos anticipemos ante los hechos, veamos como se aproxima a ello el protagonista de esta historia].
“Cinturón, llaves, monedas, ¡Todo fuera por favor!” [La cola es larga la gente sostiene en su mirada, en su mayoría un hastío provocado por un proceso absurdo que no se cansan de pasar, ordenador fuera, líquidos milimetrados, cinturones fuera y manos arriba] {Siempre es lo mismo y nunca consigo convencerlos de que no llevo nada encima, ni de que un iogur no es un líquido}. [Hay que tener sumo cuidado de no olvidarse de la tarjeta de embarque en una de esas bandejas]. {Puerta B-15, Fila 12, Asiento A, puerta b-15, fila 12, asiento a, puertab15 fila12 asientoa, pb12 f15 aa.} [Echa un vistazo a la tarjeta] {¡Maldita dislexia!}
[No hablará con nadie más, ni en la espera para embarcar, rodeado de cosas en la falda de la gente, portátiles, libros electrónicos, tabletas, bolsas duty-free, y si acaso, algún niño. Tampoco hablará con nadie haciendo cola, estará escuchando su reproductor de música:]
{leavin’ on a jet plane don't know when I’ll be back again}
[Y entonces se empezará la carga del pasaje al avión, primero entre las filas 14 y 25 (no hay fila 13) y después ya le tocará entrar, buscar un espacio para dejar su equipaje de mano previo saludo tan aprendido como cándido de una azafata, lo dejará, el equipaje, y se sentará en la fila 12, abrirá la ventanilla, que estará bajada cuando se sienta, con el espectáculo para la vista que supone la vista de halcón desde las alturas, ¿Quién querría privarse de tal espectáculo? El anterior ocupante del asiento A de la fila 12. Unos 15 minutos después de haberse sentado en su asiento se escuchará por la megafonía:]
“Capitán, armando rampas”
[Y a pesar de haber viajado varias decenas de veces en avión en toda su vida, por primera vez se preguntará:] {¿Capitán Armando Rampas? Qué nombre más ridículo.} [Pero entonces reflexionará durante unos instantes, y con la mirada perdida hacia un punto de fuga a través de la ventanilla, quizá situado entre un hangar de carga y la colina más próxima del aeropuerto, tendrá una pequeña revelación:] {Ah... Capitán armando rampas, claro, listos para salir a volar. Curiosa expresión.} [Tendrá ganas de búscar su significado con su smartphone pero no habrá tiempo porque una mujer con forma de de sonrisa cándida y aprendida le recordará eso de:] “Caballero le recordamos que a partir de este momento debe desconectar todos sus aparatos electrónicos”. [Él siempre se lo toma al pié de la letra; siempre se duerme antes del despegue, eterno es la rodadura hacia la pista de despegue, profundo es el sueño en el que se duerme y violento el despertar. Una violenta sacudida del aparato le despierta justo en el momento en el que el avión levanta el morro, así que por unos instantes le da tiempo de ver como alza el vuelo y todo se miniaturiza a una velocidad endiablada], {siempre como las maquetas de tren de la tienda de juguetes}. [Él siempre tiene esa imagen en la cabeza cuando despega y asciende, asciende hacia las alturas. La imagen que no tiene es la que dibuja está fase del vuelo como, junto al aterrizaje, la más peligrosa de todas. Sigue contemplando las vistas desde la ventanilla cuando de pronto:]
[Redoblan unos tambores imaginarios]
[Se empiezan a apreciar ciertas sacudidas]
[Entra un cuarteto de violines imaginarios]
[Se amplian las sacudiadas]
{Siento cosquillas en el estómago}
[El avión se precipita al vacío por una décima de segundo]
{Cosquillas de las malas}
[La música imaginaria se ha convertido en el acompañamiento perfecto de la tragedia que puede producirse, en potencia, a continuación. ¿No lo han pensado nunca? Montarse en un avión es lo más parecido a la lotería de la muerte: hay muy pocas posibilidades de que nos toque (ínfimas) tan pocas como las que tenemos que nos toque la lotería (la de ganar dinero) y sin embargo si nos toca no tenemos nada, nada que hacer, tan sólo esperar que la muerte sea rápida e indolora, pero ¿como serán esos instantes previos a esa muerte? Una muerte que va precedida de una precipitación al vacio, hacia un vacío con un fondo que mata no puede ser una buena muerte. Pero mejor no nos anticipemos ante los hechos, veamos como se aproxima a ello el protagonista de esta historia].
Fín de la parte I
El Fuego del Mundo está en otra parte
Suena el crepitar de una piedras y arena bajo las ruedas de un coche que aparca, se abre una puerta con su familiar sonido y aparece un pie que con firmeza pisa el suelo, aparece un segundo, se hacen a un lado, y se cierra la puerta, con su particular sonido.
En un barrido horizontal vemos dos rostros. Uno de ellos es masculino y fija su mirada en un punto y tiene la boca entreabierta, una expresión de sorpresa se mezcla con la gravedad de un ceño fruncido. El otro, a la derecha de la panorámica, es femenino y sobre unos labios cerrados hay unas gafas de sol, que al fijarse nuestra vista en ellas son retiradas por una mano suave, dejando tras de sí un gesto grave (también).
El plano se situa en la espalda de las dos figuras que acaban de descender de un coche alquilado y frente a ellas se extiende un particular paisaje. La luz ivernal de la tarde, naranjosa bruñe toda el terreno en su extensión y proporciona un tono rosáceo a un cielio extrañamente azulado. A la derecha y mediante una suave pendiente se yerguen tres colinas sin apenas vegetación alguna, el terreno es rocoso, con motas de hierba seca aqui y allá. Algunos postes de tendido eléctrico de madera se reparten aleatoriamente por la escena así como cercados de piedra y caminos rurales. A la izquierda discurre una carretera y se perfilan también montes pero de menor interés. Sabemos que más allá de estos se encuentra el oceano. Un oceano que no vemos desde el ancho valle en el que estamos.
De varias decenas de puntos en los montes a la derecha de la panorámica se levantan humaredas arrastradas hacia la izquierda por un suave viento septentional. El aire huele a vegetación carbonizada.
“Con esta luz y en esta tarde, parece que estemos en el fín del mundo”, dice el rostro masculino con su mirada fija (aún) en un punto (en el mismo) y con la boca entreabierta, (después de articular las palabras) y el ceño fruncido.
El fín del mundo.
El fín del mundo es una isla. El fín del mundo es estar en la punta de una isla de un mar infinito y un horizonte de más de ciento ochenta grados. La gente que vive en el fín del mundo tiene una mirada pálida y húmeda que refleja el fín del mundo. La gente que vive en el fín del mundo y tiene esa mirada hacen fuegos en las colinas que están cerca de esa punta de más de ciento ochenta grados. Los fuegos del fín del mundo son arrastrados por suaves vientos septentrionales y huelen a vegetación carbonizada y cubren todo el cielo con esa luz y en esas tardes que hacen que parezca que están en el fín del mundo. El fín del mundo es contemplado por dos rostros graves y el fín del mundo son colinas que arden y arden mientras islas de ciento ochenta grados se hunden en un oceano de un mar infinito y aire carbonizado, ceño fruncido, tendido eléctrico, madera extrañamente azulada, derecha, monte, luz rocosa, también que crepita un tono invernal de motas erguidas.
Se abre una puerta con un familiar sonido y aparecen dos piés pisando con firmeza el suelo, uno desaparece y le precede el otro. Se cierta una puerta. Al encendido de un coche le sigue crepitar de unas piedras y arena bajo las ruedas de un coche que se aleja.
En un barrido horizontal vemos dos rostros. Uno de ellos es masculino y fija su mirada en un punto y tiene la boca entreabierta, una expresión de sorpresa se mezcla con la gravedad de un ceño fruncido. El otro, a la derecha de la panorámica, es femenino y sobre unos labios cerrados hay unas gafas de sol, que al fijarse nuestra vista en ellas son retiradas por una mano suave, dejando tras de sí un gesto grave (también).
El plano se situa en la espalda de las dos figuras que acaban de descender de un coche alquilado y frente a ellas se extiende un particular paisaje. La luz ivernal de la tarde, naranjosa bruñe toda el terreno en su extensión y proporciona un tono rosáceo a un cielio extrañamente azulado. A la derecha y mediante una suave pendiente se yerguen tres colinas sin apenas vegetación alguna, el terreno es rocoso, con motas de hierba seca aqui y allá. Algunos postes de tendido eléctrico de madera se reparten aleatoriamente por la escena así como cercados de piedra y caminos rurales. A la izquierda discurre una carretera y se perfilan también montes pero de menor interés. Sabemos que más allá de estos se encuentra el oceano. Un oceano que no vemos desde el ancho valle en el que estamos.
De varias decenas de puntos en los montes a la derecha de la panorámica se levantan humaredas arrastradas hacia la izquierda por un suave viento septentional. El aire huele a vegetación carbonizada.
“Con esta luz y en esta tarde, parece que estemos en el fín del mundo”, dice el rostro masculino con su mirada fija (aún) en un punto (en el mismo) y con la boca entreabierta, (después de articular las palabras) y el ceño fruncido.
El fín del mundo.
El fín del mundo es una isla. El fín del mundo es estar en la punta de una isla de un mar infinito y un horizonte de más de ciento ochenta grados. La gente que vive en el fín del mundo tiene una mirada pálida y húmeda que refleja el fín del mundo. La gente que vive en el fín del mundo y tiene esa mirada hacen fuegos en las colinas que están cerca de esa punta de más de ciento ochenta grados. Los fuegos del fín del mundo son arrastrados por suaves vientos septentrionales y huelen a vegetación carbonizada y cubren todo el cielo con esa luz y en esas tardes que hacen que parezca que están en el fín del mundo. El fín del mundo es contemplado por dos rostros graves y el fín del mundo son colinas que arden y arden mientras islas de ciento ochenta grados se hunden en un oceano de un mar infinito y aire carbonizado, ceño fruncido, tendido eléctrico, madera extrañamente azulada, derecha, monte, luz rocosa, también que crepita un tono invernal de motas erguidas.
Se abre una puerta con un familiar sonido y aparecen dos piés pisando con firmeza el suelo, uno desaparece y le precede el otro. Se cierta una puerta. Al encendido de un coche le sigue crepitar de unas piedras y arena bajo las ruedas de un coche que se aleja.
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