Abre los ojos, la luz del sol le ciega. El cielo es muy azul, muy claro, se levanta. Vuelve a ser un niño, está en una playa y la recuerda. Esta llena de gente, llena de colores vivos, de ruido, de gritos, de sonrisas, no consigue ver a su padre, tiene apenas cuatro años. Piensa, siente, por primera vez en su vida, que ha perdido a alguien, a la persona más importante para siempre. Vuelve a ser él, los colores palidecen: el cielo se vuelve gris, el mar se vuelve gris, la arena se vuelve gris, se apagan los colores, las sonrisas, se ahogan los llantos. Las personas pierden el color, los rostros, las ropas. Se hace el silencio.
Ella sigue allí sentada, esta vez no está sola, un amigo de él está roncando profundamente a su lado, en la otra silla. Se encuentra muy incómoda con este individuo roncando, le parece algo tan ridículo que no merece suceder delante de una situación tan grave. A pesar de todo empieza a estar inquieta, se pregunta ella que es lo que la mantiene allí, ya lo ha aceptado. Es invierno y aún así hace un calor sofocante, incómodo en la habitación, hay un ventilador de aspas justo debajo de la luz y lo enciende, se vuelve a sentar, yo nisiquiera puede mirarlo. Empieza a sentirse ridícula, ha perdido el sentido que siga allí.
Quietud, silencio, total silencio. Mira a su alrededor, en uno de los extremos de la playa hay un acantilado, con un faro. No recuerda que hubiera estado allí. Se oye a lo lejos un ruido seco. Se enciende el faro.
Es noche cerrada, la luz de la habitación que apenas ilumina la cama está abierta, el ventilador gira debajo de ella. Vuelve a estar sola, lo ha estado pensando largo y tendido y ha tomado una decisión.
Intermitentemente le ciega, en cuanto le alcanza la luz, tiene que pararse. Anda patéticamente entre el sliencio y las estatuas de su alrededor, la arena no le facilita las cosas. Pero ya se está acercando. Hay alguien arriba en la cima de la torre. Echa a correr... ¿es posible? Es ella.
Repira hondo, irse es como abandonar una lucha, la lucha que ella ha mantenido contra la lógica, contra la evidencia, contra la cordura. Le conoció hace apenas diez días, la noche antes que el tuviera que coger un avión para volver a casa y pasar allí las vacaciones. Fue por casualidad, como se conoce todo el mundo. Estaban los dos en el sitio correcto, la noche correcta y con la predisposición correcta. Ella termino en su casa. Lector, ¿has visto "Largo domingo de noviazgo"?, pues despertaron así. Poco después él se tuvo que ir corriendo, había confundido la hora del vuelo y tuvo que irse, se dieron el teléfono, habían pasado unas pocas horas juntos: No obstante y sin embargo ella estaba ahora aquí, en el hospital. Era una locura y había que ponerle fín.
Corría, corría, corría, hacia el acantilado, hacia el faro, la veía a lo lejos, de repente, lanzó un pañuelo blanco al mar, el ñuelo frágil, tremuloso, voló y se perdió. Ella entró en el faro y desapareció de su vista. Al fin, la encontraría.
No esperaría a que llegara el primo de él, en estos patéticos cambios de turno que se había montado la família en un inmenso y orgigástico acto de hipocresia colectiva. Se levantó, cogió su bolsa, recogió todas sus cosas del baño, no llevaba nada más con ella. Le dedicó una leve mirada, casi vergonzosa, nunca se le había dado muy bien el vals de la despedida. Se acordó, de lo único que tenía de él. Esa noche que se conocieron hacía realmente mucho frío, ella estaba un poco resfriada y no tenía pañuelo, él si. Pensando que aún tenía que estar en su bolsa, lo cogió, y lo dejó caer al suelo. Se fué hacia la puerta, le dedicó otra mirada, una última. Y salió.
Llegó al faro, la puerta estaba abierta, pensó que sería cuestión de momentos, ella estaría bajando las escaleras, seguramente le habría visto venir. Empezó a subir las escaleras de caracol, corriendo, subía subía y subía, hasta que llegó a la cima del faro, salió fuera. Ella no estaba, había desaparecido. Miró hacia el horizonte, mar y cielo seguían grises, allí al lado del inmenso foco la luz era de hecho muy potente y cuando pasaba por delante de él podía incluso sentir su calor. Hacía viento. Y ella había desaparecido, se había esfumado, ¿en qué clase de infierno estaba encerrado?
El pasillo estaba oscuro, muy oscuro, apenas había actividad, eran las tres de la madrugada, empezó a llorar de nuevo, creía que ya lo tenía superado pero no. Bajó por las escaleras, firmó en recepción, salió a la calle, el viento, el frío eran hirientes. Y ya dejó de pertenecer a nuestra historia. Un médico para hacer una revisión entró en su habitación, se extraño: era la primera vez que habían dejado sólo al pobre joven en coma de la 243. Empezó a revisar sus lecturas. Vaya, ¡el joven tenía los ojos abiertos! Una rareza y nada bueno para quién está en coma, pueden dañarse por la falta de humedad y el médico se los cerró.
Se apagó entonces el faro, el suelo empezó a temblar, se rompió el cristal, todo temblaba cada vez más fuerte, él se agarró a la varandilla para no caer: faro y colina, colapsaron.
http://en.wikipedia.org/wiki/The_Human_Equation
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