Sucede que una vez al día, sin que eso sea objeto de gran interés, anochece. Se encrepuscla el cielo. Sucede también que siempre hay una longitud en la que sucede; siempre anochece. Sucede menos a menudo y ya a nivel particular que uno contempla (verdaderamente) uno de esos crepúsculos, lejos de una gran ciudad; el Seine ha sido cambiado por un río cualquiera, cerca de un monte cualquiera. Sucede que uno se planta;
esa estrella es Venus. Y miro hacia arriba, el rojo se torna en un rosado que se convierte en azuloscuro y es casi negro cuando llego al zénit. Levanto la cabeza hasta que en mi vista veo media esfera de punta azul oscura y contornos rosáceos. Sucede que miro hacia un punto, fijo mi vista en una dirección del paisaje.
Allí estás, en alguna de esas casas, te estoy mirando.
Pero no me devuelven la mirada.
Nos vemos en el espejo como mínimo un par de veces al día. Pero ¿cuántos días penetramos por nuestros ojos hacia el abismo que esconden nuestras entrañas? ¿Cuántos días vemos a Venus? ¿Cuántas noches le lloramos a Marte sin que de reojo nos mire la Luna?
¿Cuándo me devolveran la mirada las estrellas?
2 comentarios:
M´agrada molt la reflexió que s´en treu d´aquí.
Moltes gràcies. Sol ser un tema recurrent, demà o demà passat en publicaré un de semblant. Salut
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