Penetra en la habitación el claro de luna. Luna llena a la que estoy llamado a no poder mirar nunca más directo luna a ojo. Mis gafas de miope estigmatizado, me la desenfocan con su propia luminosidad. La ausencia de ellas me la tornan una vulgar mancha.
Ninguna lente es capaz de sustituir al ojo desnudo, a un ojo que se desnuda ante los encantos, ante la éterea mirada de la Luna. Es inevitable, por si alguna de esas noches en vela se me olvida girar mi párpado invisible hacia ella, la luna me la recuerda. Quizá su rostro estñe grabado en la cara oculta de la Luna. Quizá su rostro se ilumine con la Luna nueva.
Todo empezó en un eclipse.
Hay Luna llena, me dices.
No es así, estaba eclipsada.
Y des de ese día yo, por tí.
Principio de Licantropía.
Empuño entonces algo con lo que escribir, algo sobre lo que escribir, alumbrado por la oscuridad eyaculo un tren de pensamientos sin dejar de mirar el negro entre mis ojos y el papél, oscuridad. Corrida de palabras. Papel mojado. Letras rabiosas, palabras peludas, frases con garras, párrafos con fauces, pàginas aullantes, un texto feroz.
A la mañana siguiente precpitadas contra el suelo, recién secadas de su baba rabiosa, las palabras una tras otra yacen, desalman, indefensan. Incapaces de entenderse, la luz del día las devuelve a su forma primordial, palabras, sólo palabras. Palabra humana.
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