Los ingredientes para pasar una eternidad son sencillos,
mesurables, tangibles, finitos y cerrados en contornos.
Pero debes cuidar tu partida; si la Luna está llena y cenital,
entonces tu sangre y tus lágrimas; serán muy fluidas.
Si la Luna es nueva y se atreve a mostrarte su cara oscura,
entonces tu sangre y tus lágrimas; serán muy densas.
Pues ella lo puede todo, hacer pesados o ligeros tus pensamientos,
decidir si es momento, o no, de ponerte en órbita interplanetaria,
y pasar allí una eternidad mesurable, tangible finita y cerrada.
Un cartucho de sueños
Dentro de un espacio gris monocolor de pocos centímetros por pocos centímetros se encierra un mundo. De éstos mundos monolíticos y pétreos los hay a centenares incluso miles. Y si por si esos números no fueran ya apabullantes, al tratarse de mundos, podemos afirmar que de cada uno de estos centenares inculso miles de mundos hay otras decenas de miles, de algunos incluso millones de copias; mundos paralelos. Cada uno de ellos en su única circumstància temporal, su única cirumstància espacial; un único binomio azaroso. Mundos con reglas distintas que les distinguen, en unos la vida crece del derecho, en otros del revés. En unos dos más dos son uno y en otros uno más uno dos.
[Son mundos que estaban disponibles a unos pocos miles de pesetas y por ello tenías que tener una maquinilla, la Game Boy era la guinda del pastel, aunque las hubo mejores. La mayor parte de estos ejecutores de mundos digitales están hoy en día recubiertos de polvo, olvidados en cajas olvidadas dentro de otras cajas. Un olvido cúbico. Sin embargo de vez en cuanto hay situaciones que propician la puesta en marcha de estas mundo-ejecutoras. Por poner un ejemplo; una mudanza.]
Se sentía triste por tener las manos cargadas del polvo de cosas olvidadas que ahora caerían en un olvido más profundo; eran días grises de un mes de Julio llenos de polvo de estanterías, el peor de los polvos, porque los levanta uno mismo. Lo tenía casi todo listo, hasta que por caprichoso azar encontró su vieja maquinilla en amarillo y verde oliva junto con algunos cartuchos de aquellos juegos que de niño le parecían imposibles. Y la decidió poner en ON. El Led rojo que le indicaba “¡Adelante juega, que tengo pilas!” le sorprendió menos de lo que debería haberle sorprendido, sobretodo después de tantos años en ese olvido cúbico, se le pasó por alto la rareza que se encendiera, dando paso a la pantalla principal del juego a la que extrañamente no recordaba tan bien elaborada. También eso se le pasó por alto.
Empezó el primer nivel con su personaje preferido, y la pantalla pareció adquirir uno a uno los 254 colores que le faltaban a esa pantalla cuyas líneas de píxeles parecían aumentar por momentos y expandirse delante de su vista. Se dió cuenta incluso que la silla sobre la que se había sentado cada vez se parecía más a otra cosa, otra cosa en la que sin lugar a dudas cada vez estaba más y más tumbado, hasta que le pareció, mientras avanzaba por el primer nivel, que ya estaba tumbado en algo que parecía una hamaca y que jamás había tenido en aquella casa de la que se estaba a punto de mudar. Pero parecía que todo aquello se le pasaba por alto y por lo tanto su concentración para con el ya entrado segundo Nivel del Juego seguía in crescendo. La pantalla antes de apenas alguna pulgada, se expandía más allà de la vista y los colores se hacían más vivos y matizables por momentos. Empezó a sentirse el personaje principal, sin que eso le dejara de pasar por alto y se encontró a sí mismo ante un paisaje infinito por los cuatro costados. Una planicie inclinada de hierba baja, seca. Ascendente, siempre ascendente con un camino en medio y que dejaba ver la intuición de un horizonte de azul invernal, acercándose al atarcedcer. Él ahora volaba, ahora caminaba en este paisaje que se repetía y que requería de un avance sólido pero dudoso a la vez. Empezaron a aparecer, primero algunas y al rato más, pequeños cantos rodados y piedras grises que adquirieron cierto patrón haciéndo de ellas unos antiguos e incluso primordiales vestijios de una antigua civilización. Los patrones de ruinas que construían sutiles formas se repetían, empezaron a recordar casas, huesos que contuvieron a ninguna criatura en concreto, criaturas de esa estepa túndria en plano inclinado, infinita por ambos lados y gélida de cielo azul pálido haciéndose oscuro, pendiente de encenderse en crepúsculo. A medida que él avanzaba las piedras empezaron a avanzar con el paisaje, se hacían vivas pétreras, golémicas, máquinas de esas civilizaciones antiguas, movidas por un ímpetu interior extracorpóreo, una voluntad de máquina sin finalidad alguna. Se preguntó qué hacía allí y detuvo su paso y ante él un granito antropomórfico se dirigió a él, por supuesto a estas alturas del juego, del mundo, del Nivel, se le pasó por alto que algo de tacto parecido al granito le respondiera sin articular palabra, también le pasó por alto que mientras hablaba sin decir palabra con aquél granito antropomórfico cayó la fría noche y del cielo oscuro colgó una única y pálida y tíbia estrella colgó de él, justo encima de su cabeza en un polo norte magnético imaginario. Señaló la estrella con la punta de una mano pétrera, ese es el último Nivel, llegar hasta allí, allí arriba. Pregunto que qué había allí. Y respondióle que allí, allí estaba él.
Dado un soporte raso, blanco, una nada bidimensional y de dimensiones infintas le acotamos unas magnitudes físicas de longitud y le proporcionamos de algunas reglas fundamentales podemos obtener de ellas patrones, una vida que descodificaremos en binario, llamémosle bida. Una bida capaz de empezar en si misma y terminar sobre si misma, unas condiciones iniciales que a través de algo bivo que no es causalidad se hacen condiciones finales hasta que en algún momento un ente superior lo pone en posición OFF.
Ante las puertas del Infierno
Quisiera que fuera tan fácil como llenarme de voluntad y andar hacia la terraza, correr la puerta, no sin antes haber subido la persiana de mimbre y contemplar un cielo azul. Muy azul. Azul como la idea de azul que todos tenemos. Y si entonces se cumpliera que el azul es azul, el rojo es rojo, el verde es verde, el amarillo; amarillo. Todos los colores fueran realmente lo que son y no matices, entonces quizás habría llegado el momento de ir en tu búsqueda.
Pero ¡desdichado sea! las cosas no son tan fáciles. No es por quejarme: he construido un mundo imposible a mi alrededor. Un mundo en el que temo a no poder escribir como pienso. Tanto miedo a que las palabras nunca roten sobre si mismas y salgan del plano del papel, que nunca bailen delante de los reflejos de tus ojos y una a una con un timbre y un tono parecido al mío, se proyecten en los cristales de tus ojos. Una a una. Nada más.
Empezaré cerrando los ojos y saldrán las palabras: rostro alegre, mirada perdida, sonrisa inconfusible; estallido de pelos, ahora rubios otrora castaños ¿Belleza? Sin duda alguna, belleza y además antisimétrica, labios tiernos pero imperfectos. Y qué mirada, dulce, dulcísima, de miel dulce dulce, dulce. Siempre viscosa entre una sonrisa. Ojos de otro estallido; verdes, azules, ámbar. Nariz afilada, hasta cierto punto, mejillas ahora rosáceas, ahora si te hubieras reído. No recuerdo lágrima alguna que los cubriera.
Una vez dudé pero ahora ya lo sé; fui una distracción más en el juego de tu vida, una casilla a la que llegaste entre dos tiradas de dados: porque decidiste tirar otra vez. Algunos deciden quedarse y no vuelven a jugar a los dados, pero no fuiste tu. Una vez traducí esas dudas en silencios, expectativas y expectaciones, en ser espectador, en respuestas que siempre llegaban ligeramente tarde. O demasiado, según se mire, demasiado tarde.
Es demasiado tarde. Los verbos copulativos son demasiado graves, pero hay que arriesgarse a utilizarlos. Si un tribunal me acusa por violarla con verbos copulativos entonces no tendré miedo, porque el jurado está de mi parte y además tengo testimonios de que en realidad nunca fue así, de que en realidad las palabras del mundo que he construido no han rotado sobre si mismas y no han salido del plano del papel porque pesan, el peso de las palabras, las palabras no pesan; se las lleva el viento, las palabras en boca son ligeras, privadas ellas mismas de su propio peso, de un atributo que jamás tendrán; ondas de presión que perturban las partículas que forma el aire y así se transmiten hasta que llegan a nuestro oido y por procesos físicos, electroquímicos y culturales nos dicen algo, que inmediatamente y en mayor o menor medida se convierten en un fenómeno fisiológico, no han tardado en sudarme las manos, porqué la palabra escrita pesa, sobre el papel, unos pocos gramos, son ligeras pero pesan y pocas palabras pesan tanto como las que plasmo ahora encima de esta pantalla, su peso les da múltiples significados pues quedan escritas, dan pié a la interpretación y a la inmortalidada la griega; puedes leer entre las juntas de las letras, una fuente que emana palabra, una lluvia de recuerdos en una tarde de cielo azul, azul, un momento amarillo, amarillo, para extender, tirar líneas y para dibujar, de una forma u otra, la historia de mi casilla.
He intentado durante demasiado tiempo violarte con mis palabras; te he escrito sin tu consentimiento. El silencio es la más ensordecedora de las respuestas de entre las que podías escoger. Y ya no hay nada más allá de este cielo azul, azul, azul y azul, que las puertas del Infierno.
Pero ¡desdichado sea! las cosas no son tan fáciles. No es por quejarme: he construido un mundo imposible a mi alrededor. Un mundo en el que temo a no poder escribir como pienso. Tanto miedo a que las palabras nunca roten sobre si mismas y salgan del plano del papel, que nunca bailen delante de los reflejos de tus ojos y una a una con un timbre y un tono parecido al mío, se proyecten en los cristales de tus ojos. Una a una. Nada más.
Empezaré cerrando los ojos y saldrán las palabras: rostro alegre, mirada perdida, sonrisa inconfusible; estallido de pelos, ahora rubios otrora castaños ¿Belleza? Sin duda alguna, belleza y además antisimétrica, labios tiernos pero imperfectos. Y qué mirada, dulce, dulcísima, de miel dulce dulce, dulce. Siempre viscosa entre una sonrisa. Ojos de otro estallido; verdes, azules, ámbar. Nariz afilada, hasta cierto punto, mejillas ahora rosáceas, ahora si te hubieras reído. No recuerdo lágrima alguna que los cubriera.
Una vez dudé pero ahora ya lo sé; fui una distracción más en el juego de tu vida, una casilla a la que llegaste entre dos tiradas de dados: porque decidiste tirar otra vez. Algunos deciden quedarse y no vuelven a jugar a los dados, pero no fuiste tu. Una vez traducí esas dudas en silencios, expectativas y expectaciones, en ser espectador, en respuestas que siempre llegaban ligeramente tarde. O demasiado, según se mire, demasiado tarde.
Es demasiado tarde. Los verbos copulativos son demasiado graves, pero hay que arriesgarse a utilizarlos. Si un tribunal me acusa por violarla con verbos copulativos entonces no tendré miedo, porque el jurado está de mi parte y además tengo testimonios de que en realidad nunca fue así, de que en realidad las palabras del mundo que he construido no han rotado sobre si mismas y no han salido del plano del papel porque pesan, el peso de las palabras, las palabras no pesan; se las lleva el viento, las palabras en boca son ligeras, privadas ellas mismas de su propio peso, de un atributo que jamás tendrán; ondas de presión que perturban las partículas que forma el aire y así se transmiten hasta que llegan a nuestro oido y por procesos físicos, electroquímicos y culturales nos dicen algo, que inmediatamente y en mayor o menor medida se convierten en un fenómeno fisiológico, no han tardado en sudarme las manos, porqué la palabra escrita pesa, sobre el papel, unos pocos gramos, son ligeras pero pesan y pocas palabras pesan tanto como las que plasmo ahora encima de esta pantalla, su peso les da múltiples significados pues quedan escritas, dan pié a la interpretación y a la inmortalidada la griega; puedes leer entre las juntas de las letras, una fuente que emana palabra, una lluvia de recuerdos en una tarde de cielo azul, azul, un momento amarillo, amarillo, para extender, tirar líneas y para dibujar, de una forma u otra, la historia de mi casilla.
He intentado durante demasiado tiempo violarte con mis palabras; te he escrito sin tu consentimiento. El silencio es la más ensordecedora de las respuestas de entre las que podías escoger. Y ya no hay nada más allá de este cielo azul, azul, azul y azul, que las puertas del Infierno.
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