Quisiera que fuera tan fácil como llenarme de voluntad y andar hacia la terraza, correr la puerta, no sin antes haber subido la persiana de mimbre y contemplar un cielo azul. Muy azul. Azul como la idea de azul que todos tenemos. Y si entonces se cumpliera que el azul es azul, el rojo es rojo, el verde es verde, el amarillo; amarillo. Todos los colores fueran realmente lo que son y no matices, entonces quizás habría llegado el momento de ir en tu búsqueda.
Pero ¡desdichado sea! las cosas no son tan fáciles. No es por quejarme: he construido un mundo imposible a mi alrededor. Un mundo en el que temo a no poder escribir como pienso. Tanto miedo a que las palabras nunca roten sobre si mismas y salgan del plano del papel, que nunca bailen delante de los reflejos de tus ojos y una a una con un timbre y un tono parecido al mío, se proyecten en los cristales de tus ojos. Una a una. Nada más.
Empezaré cerrando los ojos y saldrán las palabras: rostro alegre, mirada perdida, sonrisa inconfusible; estallido de pelos, ahora rubios otrora castaños ¿Belleza? Sin duda alguna, belleza y además antisimétrica, labios tiernos pero imperfectos. Y qué mirada, dulce, dulcísima, de miel dulce dulce, dulce. Siempre viscosa entre una sonrisa. Ojos de otro estallido; verdes, azules, ámbar. Nariz afilada, hasta cierto punto, mejillas ahora rosáceas, ahora si te hubieras reído. No recuerdo lágrima alguna que los cubriera.
Una vez dudé pero ahora ya lo sé; fui una distracción más en el juego de tu vida, una casilla a la que llegaste entre dos tiradas de dados: porque decidiste tirar otra vez. Algunos deciden quedarse y no vuelven a jugar a los dados, pero no fuiste tu. Una vez traducí esas dudas en silencios, expectativas y expectaciones, en ser espectador, en respuestas que siempre llegaban ligeramente tarde. O demasiado, según se mire, demasiado tarde.
Es demasiado tarde. Los verbos copulativos son demasiado graves, pero hay que arriesgarse a utilizarlos. Si un tribunal me acusa por violarla con verbos copulativos entonces no tendré miedo, porque el jurado está de mi parte y además tengo testimonios de que en realidad nunca fue así, de que en realidad las palabras del mundo que he construido no han rotado sobre si mismas y no han salido del plano del papel porque pesan, el peso de las palabras, las palabras no pesan; se las lleva el viento, las palabras en boca son ligeras, privadas ellas mismas de su propio peso, de un atributo que jamás tendrán; ondas de presión que perturban las partículas que forma el aire y así se transmiten hasta que llegan a nuestro oido y por procesos físicos, electroquímicos y culturales nos dicen algo, que inmediatamente y en mayor o menor medida se convierten en un fenómeno fisiológico, no han tardado en sudarme las manos, porqué la palabra escrita pesa, sobre el papel, unos pocos gramos, son ligeras pero pesan y pocas palabras pesan tanto como las que plasmo ahora encima de esta pantalla, su peso les da múltiples significados pues quedan escritas, dan pié a la interpretación y a la inmortalidada la griega; puedes leer entre las juntas de las letras, una fuente que emana palabra, una lluvia de recuerdos en una tarde de cielo azul, azul, un momento amarillo, amarillo, para extender, tirar líneas y para dibujar, de una forma u otra, la historia de mi casilla.
He intentado durante demasiado tiempo violarte con mis palabras; te he escrito sin tu consentimiento. El silencio es la más ensordecedora de las respuestas de entre las que podías escoger. Y ya no hay nada más allá de este cielo azul, azul, azul y azul, que las puertas del Infierno.
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