Llega un día en el que extiendes la mano y nadie te le coje; bienvenido, bienvenido a la vida interior de los otros. A partir de ese día sea quizá cuando te das cuenta de los lejos de todo que has estado viviendo, de cómo la gente, para hablar contigo debe sujetarte de un hilo que llevas atado a los zapatos porqué sinó te vas, te vas, te vas hacia las alturas. Y allí hace frío. Y allí cada menos hay menos aerostáticos.
Desde entonces vagas perdido, esperando algo que no llega y si no vigilas, a morir, al fín. Como si fueras un caballero que en vez de encontrar su castillo, erras. Entonces después de mucho pensar y poco vivir, llegas a la última conclusión; pinchate, reviéntate y cae al suelo hecho un harapo; conviértete en uno de ellos.
Es muy fácil; práctica los largos estados de letancia mental, la inactividad, el deseo, la apetencia carnal, lo dejo para mañana lo que me interrumpe el placer del ahora, tuerce la senda; disfruta viendo y siendo consciente y hasta gustarte como pierdes el tiempo, como gastas tu vida hasta el último súlfuro, hasta que vuelvas a sentir todas esas manos acariciándote, esas lenguas lamiéndote sin que siquiera tengas que extender la mano y decir:
2 comentarios:
interesante lo que dices y muy muy real!
Y luego está el miedo a que nadie alargue la mano para coger el hilo y perderte en el frio...
(Elsa)
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