Lo importante de que él se sintiera conmovido era que en cualquier otro contexto mi amigo no lo habría sentido de esta forma; fue poco más que un gesto. Al despedirse y recoger sus cosas la chica le ayudó a ponerse la mochila. Fue un gesto leve, fue un gesto suficiente como para sentir, una vez había salido de la tienda y se dirigía a la salida del centro comercial, que tenía que dar media vuelta y volver. Volver. Volver para pedirle algo, cualquier caso que le asegurara poder volver a encontrarla en el futuro. Una cita.
Se buscaría cualquier excusa pero se dió cuenta de que era demasiado tarde. No tenía tiempo. No pudo dejar de pensar en ella. No podía quitarse ese gesto de la cabeza. Así que al día siguiente decidió dirigirse de nuevo al centro comercial con un único propósito ya conocido. Una chica dulce y conmovedora, no se cansó de repetírmelo, no podía dejarla perder. Sin estar del todo nervioso, ya que estaba muy convencido de lo que estaba haciendo, se dirigió a la tienda. La encontró abarrotada de clientes y vió a dos dependientas, ninguna era la chica de ayer. Se acercó a una de ellas y le preguntó por ella. La dependiente frunció el ceño y casi con disgusto y algo de desprecio le dijo que allí nunca había trabajado tal chica. Ni siquiera depués de que mi amigo se deshiciera describiendo a la chica de ayer la dependiente fue capaz de admitir que alguien así había trabajado nunca en esa tienda. Mi amigo por supuesto quedó aturdido, incluso descompuesto. Y no daba crédito. Atónito y como si alguien le hubiera revelado una verdad profundamente desconocida se fue de la tienda y se alejó del centro comercial, tomó un autobús y dejó que su mirada se perdiera en sincronía con el traqueteo de la calle. Vió en ese momento como una mariposa se posaba encima del cristal del autobús y como a los pocos segundos retomaba el vuelo.
Dice mi amigo que en ese momento sintió como algo crujía en su interior y de repente sin saber el qué ni el cómo expresarlo, tuvo una revelación, una íntima comprensión y la estupefacción e incredulidad (con las que aún cargaba) se desvanecieron repentinamente. Se desvanecieron y se convirtieron en una sutil tristeza, de aquellas que amparan algo necesario, algo bueno, como cuando lo madre ve con ojos llorosos al hijo partir de casa en busca de un futuro. Una tristeza que adquirió una gran profundidad. Profunda como él jamás la había sentido y según él, como yo jamás sería capaz de sentir.
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