Nunca conseguí entender qué se escondía detras, dentro, boca abajo, de ese cuadro. Había muchos otros Dalís que me sugerían mucho más. Aunque nunca era capaz de cocentrarme delante de una de esas obras, su obtusa coloridad e levedad podían conmigo y era incapaz de relacionar sentido alguna en aquellos vastos y despiadados infinitos. Menos aún me sugería la rosa meditabunda. Pero lo hice en honor, o más que en honor, pensando en él. Él era un amigo mío, en ese preciso momento de mi vida el mejor. Un día, cualquiera, decidió quitarse la vida.
Él tenía todo para poder pretender (y lo hacía sinceramente bien) ser feliz. En el Bachiller eramos inseparables y sacábamos buenas notas. Nos apoyábamos mutuamente, aunque yo solía sacar buenas notas, él muchas veces se limitaba a seguir mi ejemplo, estábamos en el mismo grupo de amigos así que al empezar la universidad seguimos viéndonos a diario. A partir de entonces, a pesar de estudiar carreras distintas él empezó a destacar por encima de sus compañeros. Yo en cambió lo pasé más bien mal al principio. No tuvo por desgracia mucho tiempo; no llegó a terminar su primer año de universidad.
Cuando muchos años después tuve que irme precipitadamente de mi anterior apartamento, al construirme un cuarto en un piso compartido desde cero, decidí que un póster no le sentaría nada mal a una de las desnudas paredes de mi nueva estancia. Tan sólo le pedía una cosa al póster: que fuera rojo y negro. Rosso Nero. Me acerqué a un conocido centro comercial y fui a la sección de pósteres. No tenía muchas esperanzas la verdad. No soy una persona de esas que les gusten los pósteres de mujeres bien dotadas mostrando sus dotes, de Los Simpsons, de alguna estrella del Rock o de marcas de cervezas así que las esperanzas de encontrar algún póster-cuadro que cumpliera con mis expectativas eran más bien bajas. Pero allí estaba: la rosa meditabunda.
Recordé esa noche de abril; lo peor del invierno ya había pasado y aún así no terminé de creerlo, él se había lanzado desde un noveno piso de la residencia de estudiantes en la que estaba. De eso no había duda alguna: había dejado una carta muy explícita. En cuanto la leí, se despejaron mis dudas: nadie le había apuntado con un gatillo y le había obligado a escribir eso para luego arrojarlo por la ventana. Nada de eso. Él se había pues, lanzado al vacío.
No fue por una chica. No fue por dolor. No parecía tener entonces, mucho sentido. Y precisamente era por eso, por la carencia de sentido. Siento a veces, un sentimiento muy triste, y siempre viene provocado por lo mismo: a veces creo comprenderle. Que en ese día mi vida cambió, de eso no tengo ninguna duda. No sólo se arrojó a él mismo por esa ventana sinó que a veces siento me arrojó también a mí. Pensé que si el lo había hecho, no había motivo alguno para que yo no lo hiciera. Estabamos como se dice, hechos de la misma pasta. Así que si él se había pasado yo tampoco estaría nunca al dente.
Un día fuimos a comer a un restaurante griego de comida rápida. Compramos un par de Kebaps, y nos sentamos en una mesa de un comedor falso estilo mediterraneo (la decoración no era muy creíble en aquél rincón de la ciudad). Nos sentamos justo al lado de una còpia de La rosa meditabunda. Desentonaba bastante con el resto de cuadros, la mayoría pinturas al óleo de puertos, barcas y demás motivos náutico-costenses. Desentonaba mucho y allí estábamos, ensuciándonos los morros al lado de la copia. Fue entonces cuando me contó la profunda devoción que sentía por ese cuadro.
Me hizo en ese momento una pormenorizada y detallada descripción de cada uno de los elementos del cuadro y una interpretación libre de lo que éste significab para él.Yo no llegué a entenderlo. La verdad es que en esos momentos (fueron días difíciles para mí) quería sólo su compañía y no sus palabras. Tampoco lo entendía el día que lo compré en el centro comercial. Pensé en mi amigo muerto y no vacilé, el marco negro y la rosa roja conseguían el efecto deseado.
Después de adquirir el póster y colgarlo al lado del escritorio, cuando perdía la concentración solía pararme y contemplaba el cuadro. Escrutaba ese horizonte ondulante, ese pueblo de interior y esa pareja cuya sombra era proyectada por una luz imposible. Encima de ellos una rosa que parece llorar, proyecta luz debajo de ella y no sombra como cabe esperar. Una nube atrevida por encima de la rosa. Una espécie de aureola que cubre a la rosa y que de alguna manera la mantienen anclada en el aire. En cuanto al significado del resto del cuadro; la preja, el pueblo, la rosa, la gota... se me escapan totalmente.
Una de las primeras noches después de comprarme el póster, soñé con él. Su muerte había sucedido ya hacía un lustro y lo cierto es que yo creía ya haberla superado. En el sueño, él con un aspecto cómo si realmente para él también hubieran pasado cinco años, me contaba el motivo por el cual se había arrojado por esa ventana.
Tan sólo espero que mi amigo no se arrojara realmente por querer agarrar una sólida rosa de lágrima fácil suspendida en la mitad del aire, entre el sexto y el séptimo piso, de la calle tal de la ciudad cual. Porqué si así fuera, nada en esta vida tendría ya sentido.
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