Strange Love

Hay algo fatal en que se salpique el café por las mañanas, hay algo fatal en esa mancha de agua manchada. Hay algo trágico en tener que usar guantes para que no se sequen las manos de uno. Hay algo penoso en la amargura del café sin azúcar, parecido a una vida con un verano, uno sólo, sin playa. Hay algo risible en despertarse un nuevo día. Y hecharse a la calle.

Modulando las emociones con una canción, enfilando la ruta sin salirse, cómo si el resto del escenario sencillamente no estuviera preparado para nosotros. Buscar jirones de felicidad arrancados de sonrisas ajenas, intentando pasar del rey de nada al heroe del día. Baguettes aguillotinadas. Malditos franceses. Disculpe simpática panadera, así sea, bien pronunciado: une baghette, cuatro veces veinte más cinco. Eso es lo que vale una mañana. Hechada a la calle.

¿Quién merece ser el heroe del día? ¿La simpática panadera de cuatro veces y pico?, ¿el venedor de boletos del carroussel imposible de la Rue la Roquette?, ¿la sonrisa etrusca en el chiquillo cualquiera? ¿un clochard ruidoso?

Un sentimiento modulado, cambio de frecuencia; pobre torcido de mí.

Troisième Arrondissement

Idea para acabar una novela con esperanza de seguirla algún día:

Girando y girando, vueltas y vueltas, cír-culo, culo-cír. De colores, luces rojas, verdes y amarillas y azules. Enciendo un cigarrillo. Frunzo el ceño, hecho un tiro, lo lanzo al suelo, se acabó, lo piso, esta es un buen lunes de tarde y hay que vivirlo, me digo a mi mismo. Voy detrás de ella.

Aquí debo detenerme un momento y hacer una precisión; nunca verán una punta de pan en París, todo es culpa de los hornos. A diferencia de la mayoría de las capitales del mundo occidental o occidentalizado París no goza de un denominador común; el fín de los pequeños comercios, así es, a esas horas de la tarde, París hace cola en las boulangeries, por quatre-ving céntim s'il vouz plâit. Y te lo dan caliente, y todos los parisinos auténticos (denominador común), se comen la punta. Yo no he dejado de ser menos. La atrape saliendo de una boulangerie, con su media barra con punta; ni parisina ni emparejada. Uno se pasa la vida cogiendo el rotativo gratuito del metro en ese puesto lejano de la boca del metro, con cariño dobla el periódico y se lo pone debajo el brazo, con cuidado, cuida de no doblarlo con las esquinas, con solapas, chulapas o sombreros; tan sólo para darse cuenta que en la boca del metro a la que híbamos, habría muchos otros periódicos para ser recogidos. De eso se trata en el fondo la vida; prepararse a conciencia y tomar por avanzado las lecciones de la vida, para un día de una vez por todas vivirla y a posteriori darse cuenta que no sólo no hacia falta sinó que hemos perdido nuestro tren.

Harto yo de perder trenes, aprovechando el semáforo carmín, agarré el brazo de la que después podría llamar por el nombre al menos durante una noche. Se cayó la media baghette en un charco y "Vaya, se te ha caído el pan". El resto, son líneas de relleno que conducen a cenamos en mi piso, vevemos en mi sofá, yacemos en mi alcoba. Es mejor contemplar el poso de un vaso de vino mientras intentamos imaginar todo esto.

Maldito sea el cuerpo separado del alma, cuánto poco dura la vida eterna entre el túnel de tus piernas y allí estás, valió la pena abrazarte, chica de ojos-miel, pues agarrando de tí sólo el cuerpo, sólo y sólo, me llevaste un poco más cerca, pero ¿porqué engañarnos? De qué me sirve tu cuerpo, niña-miel, si no contiene mi melmelada de fresa. A mi las tostadas me gustan con crema de cacao. De qué me sirve dormir cabeza contra cabeza, si en una sueño con otras en lugares distintos y en otra sueñas, sólo eso, de otras cosas. ¿De que me sirve? Ver cómo no eres más que miel aura viscosa que te colaste entre mis dedos cuando pensaba que veía reflejada aquella por la cuál intento hacer de lo particular un absoulto. Maldito sea tu reflejo que se ve en el espejo al otro lado de la orilla.

Motor de mi cuerpo, gasolina de mi alma, glucosa de mi cerebro, a París pongo por testigo qué, barrere del primer al último arrondissement. Y si hace falta me montaré en un cohete de feria, para buscarte entre el copo, la gota, el rayo, la lágrima de la dama de blanco.

Deuxième Arrondissement

Idea para continuar una novela:

Es absudro buscar el absoulto en lo particular cuando lo absoluto nació de un particular. No podemos particularizar la belleza en alguien porqué sólo lo conseguimos a trozos, a pedazos y no podemos coser el amor, la belleza, la pasión, la costumbre, las palabras, la vida, las casualidades, los ratos, las esperas, las tensiones y pretender obtener una muñeca de trapo que no queme en las brasas. Los pensamientos después del sexo nunca son buenos. Una muñeca de trapo. Me jodiste bien, me jodiste bien para toda la vida, y jodiendo no voy a arreglarlo. Nunca fue bueno pensar después del sexo.

Volví de mis quehaceres que me dan de comer a eso de pasada la hora antes del anochecer; la dama se quedaría de blanco unos días al parecer esta vez, siguiendo el camino de siempre me detuve de nuevo dónde antes; esos hombres arañados por los inviernos habían montado en unas horas un carroussel, era humildemente pequeño, sin carpa, pero infantilmente hermoso. La curiosdad mató al gato que se va por los tejados en las noches de Sabina sin perejil en la comida. Una vez más y sólo una: bendita ca-sua-li-dad. Me acerqué a uno de los mecánicos y le pregunté qué de cuando era eso, solto una voz carraspeada a su compañero, pasaron del sesenta al cuarenta y cinco. Entonces me dí cuenta de que probablemente fuera un carroussel para los niños ricos de Berlín (algo en mí mira de reojo a mi izquierda), un carroussel nazi, no puede ser otra cosa, ¿qué explicaría sinó que los caballitos fueran substituidos por pequeños misiles? Sí claro (una chica, un misterio), había que enseñarlos al futuro del IIIr Reich lo que debían meterse entre las piernas para governar (Miel en los ojos, tinte rubio en el pelo, pecas caídas entorno la nariz, y qué nariz. Ligeras mejillas redondeadas, empolvadas de une vergüenza entre rojiza y carnosa, más bien baja, cuerpo fino, esbelto, manos de pianista, bufanda, gorro, abrigo, negro, negro, negro y el resto era blanco. Estaba el blanco y luego estaba ella. Tanto el blanco y el negro pueden ser la combinación de todos los colores dependiendo de la naturaleza de estos; pero esataba equivocado. Sólo era ella en semejanza, así como el hombre a Diós) al mundo.

Se giró. Se fué.

Première Arrondissement

Idea para empezar una novela:

No había gozado haciendo el amor con ella. Por suerte el sexo no es lo más importante de la vida. Algo extraño ocurría, en el momento en el que muere el lenguaje de las palabras y nace el idioma de las caricias, del tacto, de la punta de los dedos, de la punta de la lengua, de la punta de los pelos erizados; la hora de todas las puntas. Algo extraño ocurría. Pero más tarde volveré a ello, ahora vayamos a lo que importa.

Más importante había sido lo ocurrido esa y muchas otras tardes; París puede ser una olla hirviente de casualidades, de vidas cruzadas, de golpes infranqueables, de literatura mojada ya sea por lluvia, nieve, saliva, lágrimas, orina o semen; el precio es caro: al final lo que uno más recuerda es esa horrible peste que desprende constantemente el metro. Salir de mi pieza se había convertido esos días en una odisea; enredado entre las sábanas, pegados los ojos a las legañas, ahogado por el olor a vicio sin alcohol, sin humo. Parecía imposible salir a rescatarse hacia la luz del sol, que poco abundaba en esas rues de diciembre. Pero los lunes eran otra historia; pasaban la salida del sol y de nuevo, la madamme se había vuelto a vestir de novia. ¿Cuántas veces más nevaría en París? ¿Cuántas veces menos se derritiría de amor o de lujuría este burdel? La gente corría a sus oficinas a coletazos, paraguas en mano, sombreros en testa y yo, en fín sin blanca pero con blanco; todo de blanco encima, una vez tuve un paraguas, ¡bah! se le torció un alambre y siempre he pensado que era más ridículo un tipo con un paraguas roto que un tipo mojado, y sin lugar a dudas mucho menos romántico.

Enfilé la roquette y me detuve en la plaza de la mairie. Un par de tipos rudos, de esos curtidos con el tiempo y el viento, golpeados por el peso de los años, la avanzada madurez y probablemente el alcohol, montaban unas piezas mecánicas, debajo el castigo del arroz fundiente de esta boda urbana. Mucho frío. Yo retorcía mis manos en el abrigo de pana y ellos las estrechaban en grasientos tornillos. No supe en ese momento que hacían allí ni si lo hacían bien o para hacer el mal.

Pero el mal estuvo hecho, y el bicho de la curiosidad, ya había picado.

La Raíz de todos los Males

Muchas veces me encuentro preguntándome el porqué de tanto ir a los museos. "¿Y esa cara?", "Estoy cansado","yo también". "Es el museo, son los museos", "cierto, me canso sin motivo en ellos", "va a ser eso", "pues eso va a ser", "Eso será". Tenfo un deja vú-recurrente cuando vago perdido y encontrado en un museo.

Pero hay algo más interesante en ellos que el inminente cansancio (a nivel físico) que producen; la focalización. Foca-lización. Por ello cabe introducirse un poco a eso dle mundo de las lentes, la óptica. Uno mismo en particular, es un miope estigmatizado, figurativamente eso me placería mucho teniendo en cuenta las líneas que van a ser tiradas en unos momentos. Aún así, me gustan las gafas, hacen de uno algo-que-no-es, supongo.

Paseo por la sala de los grandes artistas franceses del Louvre "Regarde ça,
es un pasaje de la Divina Comedia", "Ah, cierto y ese debe ser Dante ¿no?" replico. "Voilà y ese es Caronte. Están curzando el rio que lleva al infierno", "de acuerdo, ah entonces, ese de ahí" señalo la lejanía "también es sobre la Divina Comedia", "Si pero no llego focalizo cual es el pasaje", "es muy bello".

E ahí condensadas las dos digresiones ópticas que sufrimos. La bisectriz de la focalización: Miopía e Hipermetropía. Somos hantropomorfológicamente hipermétropos históricos. ace. ache. Hache. Sólo vemos de lejos lo que nos queda delante, no vemos de cerca lo que nos queda delante, mal lo que cubre nuestras manos, bien el horizonte. Distorsionamos de la misma forma el plano del tiempo. Nuestra óptica a menudo tiene un alcance muy grande tanto hacia lo devenido, el pasado cómo hacia el devenir, el futuro, aquello que fuimos, aquello que seremos. Qué bella la irregularidar de ser, sólo conserva la m y la s. Ser es m´s. Pero nos quedamos cortos de vista, no vemos quienes somos, adónde vamos, dónde estamos y menos aún donde los puños de Chronos nos han dejado. Los días pasan, por no decir ya las horas, y el presente nos sucede en nosotros como algo incierto y no vivido entre el ayer y el mañana, y cuanto más ayer o más mañana, más clara la vista. "El mañana tan sólo es un futuro ayer" ¿Porqué tomae el ahora cómo importante? Este es precisamente el diagnóstico del hipérmetrope.

El míope es algo menos común y por lo general más sano. Es el que ve de cerca. Y no (ni siquiera) mira hacia lo lejos. Así de simple, nada que añadir excepto.

Los museos, por decirlo de algún modo característicamente poco comprensible son una especie de lentes -vergentes, sin el di- o sin el con-.

Si eres miope te alejas de la Obra. Del centro.
Si eres hipérmetrope te acercas a la Obra. El centro.

Oh, espera.... No hay
centro.

MalEntendido

¿Cúanto pesa una palabra? No, no voy a entrar en la fácil diálectica del peso y la ligereza, de eso que lo que es ligero pesa o viceversa. Las lenguas tienen algo de economía. (¿Quién soy yo para decirlo?). La gente quiere ahorrar con ellas; cómo locos destruyendo una estética que no nos conduceaningunaparteparaeconomizarellenguaje y ahorrarnos saliva que si no nos sobra nos falta.

Pero la economía linguística va más allá, más allá de la letra al quilo o parecido. Está incluso en terrenos financieros; las divisas. Del euro al dolar o al meravedín que se yo. La cuestión es que hay palabras que son más caras en ciertos idiomas.

T'estimo, te quiero vamos. Son palabras muy caras, de esas que las hay que buscar con un cerdo entrenado entre las hojas hotoñales de un bosque de horquídeas o rosas. Son palabras que pocas veces nos atrevimos a pronunciar, y si no es así, en fín, entonces es que bebemos agua de dos pozos muy distintos. Sin embargo esas mismas palabras cuando les cambiamos el idioma se abaratan considerablemente, todos dicen I love you y que le vamos a decir a la hampa; qué de fácil es decir je t'aime en la cité del amour. Y sin embargo no me lo hagas decir en mi lengua, en mis lenguas, por mi lengua, aunque sea para la tuya en la tuya o viceversa. Parece cómo si guardara esas palabras en el corazón de un acorazado, o en la coraza de un acorazonado.

¿Es que acaso son palabras de un sólo uso (usar-y-tirar), y ya las mal-gasté?


Quizá sean una contraseña. Quizá Caronte me espere en una orilla del río, presuroso de escuchar la contraseña de mis palabras, para cruzar el río Acheron, en la otra orilla del cuál me espera Ella, en mayúsculas, lo que no sé es si es para dirigirme al infierno o para volver de él. "La quiero", susurraré en el oído de Caronte, y entonces él, entre un mar de almas perdidas, amores, iras, uvas, sangre y semen, remará y me conducirá hastá encontrarme en la otra orilla, con ella, aquella a la que le salve la vida tantas noches, y le diré: "Soy ese, el que nunca te abandonará".


Santo y

seña.