Soy incapaz de recordar su rostro, fijo mi mirada en un punto en la pared y con el reflejo de la luz muerta de la habitación intento dibujar su perfil, dibujar la gravedad de su mirada, respirar el volumen de sus mejillas. Pero no puedo. Como si fueran las palabras de una conversación que no se puede transcribir, el recuerdo de su rostro se me escapa.
En sueños sin embargo ella aparece, viene como si respondiera a mi llamada, viene como si quisiera mostrarme su rostro, viene como si supiera que a la mañana siguiente la pared siguiera blanca y ni rastro de su rostro. Viene como si supiera que en sueños distinguiría su rostro entre millones.
Y cómo no recuerdo su rostro, no puedo leer sus labios y escuchar ese lenguaje silencioso que me indicaba que dirección seguir. No tengo dirección que tomar. Me siento en la terraza, enciendo un cigarrillo y decepcionado veo como el humo sólo sube hacia arriba: ni pizca de una brisa que me señale una dirección. Pero detrás del humo distingo algo, es una flecha que se suspende en el aire. Me pongo las gafas. Una antena. Ahora que me fijo, hay mucho más que una, hay más de una por bloque, la ciudad está llena. Todas parecen marcar fíjamente una dirección. La dirección siempre ha estado aquí arriba en los tejados. Parece que todas me indican la misma. El humo del cigarrillo sigue alzándose como una columna vertical. Ya tengo una dirección. Ahora me falta saber a dónde lleva. Claro que siempre estoy a tiempo de comprobarlo cuando haya llegado.
Hoy me ha parecido distinguir su reflejo. Las gafas me han resbalado ligeramente en la nariz y a pocos centímetros de mis ojos ha aparecido un ojo y unas pestañas reflejados en la lente. Y sí no hay ninguna duda. Era el ojo de ella.
Claro que ahora tengo que encontar la relación entre las antenas y el reflejo. Aunque no creo que al marcharse, me dejara todas aquellas señales en todos los tejados de la ciudad, ni que empolvase con unos gramos de mirada uno de los cristales. Quizá al soplar el viento en aquella dirección me llegue el eco sordo de su lenguaje silencioso. Quién sabe. Yo no lo sé.
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