Érase una vez un hombre que llevaba un traje gris. Este hombre, entre otras cosas, no sabía que llevaba siempre puesto un traje de color gris. El motivo que provocaba esta desdicha y muchas otras, era que este hombre sólo era capaz de ver el mundo en blanco y negro. De esta manera, él pensaba que se cambiaba de traje puesto que había días en los que veía a su traje de color negro y otros días que lo veía de color blanco. De este mismo modo el hombre del traje gris veía al mundo que le rodeaba y por extensión a la vida propia. Vivía en blanco y negro, soñaba en blanco y negro, sentía en blanco y negro y desconocía por completo ya no los colores (fuera del alcance de muchos otros hombres que llevan trajes de colores) sinó las tonalidades de grises. Asimismo las decisiones que tomaba eran blancas o eran negras. Tampoco había matices en su vida. Elegía blanco o elegía negro, no se permitía el lujo de sopesar entre otras tonalidades pues insisto, no las conocía.
Un día el hombre del traje gris, quiso viajar en tren. Podía coger muchos trenes puesto que todos ellos llevaban al mismo sitio, de hecho tanto le daba que le daba tanto coger el de las dos que el de las tres. Al llegar a la estación (pongamos que hablo de Barcelona y estaá en l’Estació de França, pongamos que hablo de Madrid y está en Atocha), el hombre del traje gris vió a una mujer. No se trataba de una mujer cualquiera no, era una mujer que llevaba un traje gris. Sin embargo, para no inducir al error aclaro que ese día el hombre del traje gris creía haberse puesto un traje negro, el mundo a su alrededor lo veía negro y sin embargo esa mujer llevaba un traje blanco.
Eran poco menos de las dos y el hombre del traje gris a lo lejos intuyó que la chica del traje gris que él veía blanco iba a subirse al tren de las 2. Como en la vida lo que importan son las personas y no las habitaciones, cosa que el hombre del traje gris sabía perfectamente, éste se echó a correr en busca de esa mujer. Consiguió en breves minutos alcanzar el andén. Durante el camino el hombre del traje gris se acordó de lo que una vez le dijo un amigo (aunque este no fuera poeta): “Las personas son únicas pero las situaciones muchas, vivirás muchas situaciones pero sólo conocerás a una persona. No esperes la situación, porqué esa persona podrá haber cogido ya el tren de la vida en cuanto te subas al vagón de tu situación”.
Fue entonces cuando aún con las puertas abiertas y mientras el hombre del traje gris corría y por su mente se disolvían sus últimos pensamientos “…te subas al vagón de la situación”., el tren se puso en marcha, echando humo y silbidos. El hombre del traje gris que corría al lado del tren vio en alguna ventana el rostro de esa mujer. Y por un lapso de segundo, tuvo que tomar la decisión de montarse o no montarse en ese tren. Pero el hombre del traje gris tuvo mala suerte: ese precioso lapso fue ocupado por una mirada: la de la mujer del traje gris que le penetró la suya propia, impidiéndole tomar decisión precipitada alguna. Se fue el tren. Él se detuvo en el andén. Y lo vio partir, echando humo, masticando fierro y silbando ya a lo lejos.
Acababa de perder un tren, una situación y quizás también una vida en esa plomiza tarde de enero, otras situaciones quizá llegarían y partirían con o sin retraso en busca de esa vida, si aún fuera posible. Se maldijo, puesto que en la inútil carrera había pisado un charco y se había ensuciado el traje, cuan sucio estaba y que fea le parecía esa tonalidad gris de barro, aceite y ceniza.
Por fin la vida empezaba a tener algún matiz.
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