Dícese de una vez que había un hombre al que engañaron, una mujer. Le engañó una mujer, puesto que algunas veces después de que se hubiesen acostado e incluso compartido algunas cervezas, la mujer le puso un anillo en una de ellas, el hombre se lo tragó y claro, tuvieron que casarse entre un montón de mierda. Por aquellos entonces el hombre tenía un trabajo, algo difícil e incomprensible si supiesen del hombre que estamos hablando (siquiera yo lo sé, podríamos situarlo en algún barrio neoyorkino en alguna década temprana del siglo XX), pongamos que trabajaba en una fábrica, pongamos que manejaba cajas. La cuestión es que un dia de esos, el hombre empezó a encojer.
El hombre encogía: un día vió que le sobraban tres tallas de pantalón y se le caían los zapatos. No entendió; su mujer seguí haciéndole jugosas comidas y sirviéndole espumosas cervezas todas las noches. Sus compañeros de trabajo sin embargo no parecían darse cuenta y cuando éste se lo comunicó a su mujer, esta tiernamente, le recomendó que se desaciera de esos pensamientos oscuros y absurdos. Sin embargo los días siguieron pasando y él seguí encogiendo, pronto los calcetines les servían de gorro y un día no le dejaron entrar al trabajo por parecer un niño. Y fué entonces cuando sucedió; su mujer lo tomó como mascota. Así fué, su mujer seguía insistiendo en que no le pasaba nada, que eran manías suyas, que él no estaba encogiendo, era más que así estaba más mono. Llegó incluso el día en que tuvo que dejar de tener sexo con su mujer puesto que ésta ya no notaba nada y mucho menos por supuesto: tenía que llegar al orgasmo por sí misma. Y fué entonces cuando sucedió: El hombre dejó de sentirse útil.
A partir de ese momento se le apagó la voluntad, y sucumbió a la de su mujer. Ésta, le trataba como a un muñeco, le ponía ropas absurdas que hacía con sus absurdas tardes aburridas, se lo ponía en el bolso y lo llevaba de paseo (pues el hombre seguía encogiendo). Lo ponía encima de la mesa y le hacía bailar claqué. Le castigaba si no se portaba bien, le cubría a veces de verveza hasta que se convertía en una espécie de hamster bebido. Y así fue pasando el tiempo, nuestro amigo siguió encogiendo. Empezó entonces la mujer a usarlo como objeto sexual y le usaba para masturbarse, así mientrastanto nuestro amigo lo pasaba mal, muy mal, estando muchas veces al punto de ahogarse. Despertando cierto día de ese estado de inconsciencia y con un último regazo de voluntad antes de convertirse definitivamente en un muñeco, después de que su mujer, tendida en la cama, se hubiera ya corrido, él, calado hasta las botas, vislumbró desde las profundidades de su entrepierna lo que se presentaba como una inmensa llanura con un surco en medio, a lo lejos, centenares de metros para él, se vislumbraban dos colinas, coronadas por dos pezones cuales pinos de veinte metros. Encima de una mesa, trecho casi inalcanzable descubrió un pequeño alfiler, para él toda una lanza. Su mujer estaba dormida. Supo entonces que tenía que hacer.
Una hora le costó alcanzar el alfiler y arrastrarlo hasta el pié del cerro que suponían los pechos, se lanzó a la aventura que significaba cruzar el valle que para él formaban, a cada momento parecióle todo más grande y el alfiler más pequeño. Finalmente, alcanzó el punto donde retumbaba con más fuerza el corazón. Alzó el alfier, lo cogió con todas sus fuerzas. Lo apoyo junto a un pecho, remontó un poco de pecho, y con todas sus fuerzas saltó sobre la base del alfiler. Sangre.
Desde entonces nuestro amigo vaga perdido por las calles, primero compartiendo lecho con cucarachas, más tarde con ratas, más tarde con gatos, luego con perros y quien sabe que se hizo entonces de él. No nos importa lo más mínimo, mientras haya sangre, no nos importa.
1 comentario:
Ahh... tierno recuerdo, donde he leido yo esto o algo muy parecido? En algun libro de Bukowski?
Bienaventurados los que saben manejar a las mujeres, porque de ellos es el reino de la tierra.
C.
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