Αρχή κατά τύχη και αιτιότητα
Jacques le Fataliste de Denis Diderot empieza rezando las siguientes palabras: “Comment s’étaient rencontrés? Par hasard, cómme tout le monde”. Que más o menos viene a contarnos como se conocieron los pintorescos Jacques, y su amo; por casualidad, como se conoce todo el mundo. Se trata entonces que realmente tenemos como muy aceptada: la casualidad. La hemos tomado como cualquier otra ordinariez (pues eso es lo que es) de nuestra vida. Una maravillosa ordinariez, ¿cuánto nos sucede por casualidad? Cuánto en nuestra vida sucede como en las malas novelas: una serie de eventos encadenados que nos hacen la vida más ligera, más risible, una serie de actos tan necesarios como extraño es que ocurran en el momento preciso en que los necesitamos, y sin embargo, ocurren. Andas por la calle pidiendo a gritos lo más inverosimil, lo más improbable y en la siguiente manzana lo encuentras pegado con celo en un árbol justo en el momento antes de que heche a volar.
Así pasa también con las personas. Y de hecho así es fundamentalmente en las personas. En principio, si lo desmenuzamos a nivel atòmico, todas las relaciones de nuestra vida, incluso la propia con nuestros progenitores, es fruto de la casualidad. No obstante con menos lupa y más miras, distinguimos un tipo amplificado de casualidad: la causal, la consecuente. Es entonces cuando tus progenitores no son ya casualidad, sinó que tu eres causa de ellos. De nuevo, lo mismo sucede con las personas. Hay amistades que se forman por causa: entramos en una comunidad nueva (escuela, universidad, vecindario, trabajo...) y no a priori, sinó con el tiempo, incluso años, acaban surgiendo relaciones personales del todo imprevisibles a priori, y sin embargo son tan naturales, tan consecuentes que son tan válidas como las forjadas a primeras de cambio. Hay una canción (entre muchas entiendo) de Joan Manel Serrat que nos habla muy llana pero a la vez concisamente de las casualidades personales: “Es caprichoso el azar”. Todo lo que he escrito hasta ahora no es más que el preludio para homenajear la primera frase de la trascendente obra maestra de Diderot. Uno anda por la calle, y por la voluntad de hablarle a alguien, encuentra la pareja de su vida (no es el caso). Uno está en un concierto y balbucea algo, alguien se gira: otra amistad forjada y así, decenas, centenares, miles, millares de relaciones.
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