Always be a good boy, don't ever play with guns
Pero al final te levantas, recoges lo que escampaste ayer para dormir pronto, dentro de lo tardisimo que era. Y miro los pantalones y me encuentro una tarjeta doblada,
Ebhemere
Lautent
Dubois
La volví a doblar y la dejé sobre mi Austero scriptorium. Pero no recuerdo, mano al frente, invocamos al señor y... sigo sin recordar nada, ¡demonios! Cuanto tequila, demasiada cerveza triple, y yo sin perder la cabeza por adelantado, cuanta risa de ruiseñor. Mmmm sí, recuerdo que dejé el sitió y me lancé hacia Montparnasse, recuerdo que anduve mucho, sin cantar, cantando las quinientas, ¡me cambiaría de hemisferio! Y claro, la bicicelta, ella sin sillón-dirección-torcida-carente-de sus-pen-sión. Y que se sepa que etimologicamente, podría venir perfectamente de suspense, que es lo que crea la no-pensión. El ir para arriba y para abajo en una vélo velib. Sur le Seine, à travers de le pont de Bercy, Quai de la Gare, ¡velo veliv!, tunnel de Bercy ¡belib belo! Podría haber sido, per no, ya no hay hombres de hojalata. Y la aparque al llegar a Daumnesil, y a la mañana siguiente, con haber sans comido, de camino al Metropolitain Allín seguía, patéticamente apollada en el farol que la apollé. Y cogí el metro, vaya una escena.
Un cuadro; al otro lado del andén cuatro estatuas, de esas sin techo pero con escayola, se movieron en competa quietud; uno se rascó la testa, cuatro vagabundos que ni se movieron, ya lo hacían sus oscilantes olores por ellos, y eso es lo más normal que uno encuentra, viviendo un sinvivir, dá que pensar, ¿qué hacen? ¿se piensan? Sólo viven, sólo tienen el hoy, el muerto ayer y el moriré mañana. Son la superlatividad de la belleza de la vida; puesto que yo en su lugar me las corto, las azules y las rojas. Y mientras se acerca un tipo con mascarilla, que no coge tren, se sienta, y tose, ha pasado su boleto de metro para toser, toser alto y claro, redundante, cómo proclamando como todo idiota lo que ya todos sabemos
"¡El mundo está podrido!",
el pán de cada día, payo, en el día de hoy. Metro de París. Ya afuera acercándome hacia dónde iba me encuentro un malabarista, que para a los coches, y para su atención y lo veo claro, clarísimo: algún día tengo que hacer las américas latinas. Pero eso no es todo, al volver a mi hogar (el velib vélo sigue amarrado en la farola), me siento en mi escritorio, hurgó en mi bolsillo, como es normal, y saco una tarjeta doblada, no otra: la misma, comme il pot être? ¡Qué bien le queda al ser el sombrero! Claro, aquí todo el mundo es estilo con sombrero, de dónde os creeis sinó que viene lo de "chapeau!" Para decir que algo es redondo, mientras jactamos lo mismo con una mano. Más tarde lama Yves, tiempo de detener el tiempo, es la soirée de le vendredi mon amie.
Place Monge congrega a deliciosas crèpes che, deliciosas francesas de dientes separados y boinas rojas, locos de alquiler, la bièrre, l'antidote, la rivière, y además es cuesta arriba. Llego allí, y llamo al bueno de Yves, su teléfono muerto ergo yo también, deambulo la rue Descartes en una búsqueda imposible de mi compañía, en vano, los rostros empiezan a repetirse y crece en espiral mi verguenza por esperar en soledad. Me aguardo un minuto en la plaza, y entonces la veo a ella:
La mujer toda despeinada, enroscada en una chaqueta vieja, y unos zapatos dispares, un prejuicioso olor a prejuicio barato, de campaña. Eso desprenía. Llevaba una mano señalante, bien afilada, con la que vayvenía y parecía su centro, lo que la conducía, y hablaba, para ella misma, con cabreo, mirando al suelo y en voz alta, para que a sus alrededores se cerceriaran de su patetica presencia. Una y otra vez, va-y-viene, spinning around en la plaza. Locura, locura, ya es bien cierto que los niños vienen de París. De pronto buscando a Yves me ví haciendo lo mismo, de arriba para abajo, pasando por delante de las mismas incredulidades que pensaban que yo no era normal, supongo, nada más cercano a la realidad. Jodido Cortázar, porqué escribirá tan bien? Yo soy un capullo y el una mariposa, ¡si vos me entendés!
Total que no viene, que no le encuetro; de nuevo lo mismo que ayer: no hay metro, caminante no hay camino, dale que te pego, on y va! Pero allí está una bici de nuevo.
A la mañana siguiente velib belo sigue conmigo, chequeo mis pantalones y de nuevo sale del bolsillo la tarjeta, esta vez sin pedir permiso. Qué más da, mañana no es más que un futuro ayer aunque el paraguas se encuentre con la máquina de coser.
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