Creo recordar que llegué un dia densa niebla, sí, un dia grais, pesado; claustrofóbico. Igual fué el dia que partí de ese lugar . El sendero para llegar describiauna ese entre colinas yermas, de piedra viva, en la hora del crepúsculo se dibujaban cenicientas en los contornos de la niebla. Lo recorrí penosamente, durante mañana, tarde y noche, como una vida escrita a golpe de verso. Soñé ese momento, el de llegar a la cima de una colina , la más alejada, la más elevada y contemplar esa tenue mezcla de infinidades, contemplar ese ténue horizonte. Mar, profundo y oscuro misterio, cielo; inalcanzable y transmutante y al sol, justo desapareciendo entre dos planos. A él del que nadie espera una despedida ya no le vería más. En medio de la llanura serrada por el mar: El pueblo, donde tenía que encontrar yo paz y reposo una temporada, donde había sido enviado para encontrar recompensa a esas jornadas largas y vacías, a llenar los huecos de uno mismo. Se entreveía entre el espesor, monocromático, recogido y estancado, al lado del mar. Des de allí se divisaba una capilla románica con base de cruz, con un cementerio donde no gustaría que a uno le levantaran lápida. La capilla introducia el pueblo y el camino que derivaba de ella era el principal y cas único del pueblo, casas de pueblo porteño de costa, entre ellas una taberna, de esas donde se cantan historias de lobos de mar a golpe de acordeón, habaneras. Más lejos la casa mayor y un establo. Cerca de la peña que caía al mar, al final del pueblo, las ruinas de una torre de vigía románica, unas escaleras esculpidas en la piedra viva de la ladera conducían a una pequeña playa con algunas embarcaciones menores, más a lo lejos siguiendo esa senda, se llegaba a un faro que penosamente proyectaba su rayo entre la niebla e intermitentemente cegaba mi vista. Yo no estaba bien, me econtraba en la mitad de un proceso, el proceso de M., querían abandonarme en ese pueblo, querían que me lavase un poco la mente puesto que las cosas no hiban como le debían ir a uno, algunas semanas antes al narar un sueño premonitorio a uno de los que me procesaban, decidieron enviarme sin demora. Al parecer no me necesitaban para terminar mi proceso.
El sueño resultó ser uno de aquellos apocalípticos, en él por la radio se anunciaba el fin del mundo en tres jornadas, mi subconsicente trabajó de valiente para presentarme una sociedad muy alterada y agitada; el realismo del sueño era estremecedor, saqueos y anarquía, la mayoría sin embargo nos dedicábamos a salir de nuestros hogares y despedirnos de nuestros queridos, besar con besos anunciados, con besos inesperados, con besos obligados... Llegaba la hora del fin de los tiempos y todo el mundo salía de sus hogares, de sus pesares, de sus preocupaciones, de sus temores y un halo de luz iluminaba hasta los rincones de todas las formas conocidas y por conocer. Al despertar de este sueño éste había sido tan creíble que en los primeros segundos del día maldijé al mundo por no haber terminado, pues yo ya había deshecho todos mis planes y despedido de todos, pues se acababa el mundo, ¿que podría yo hacer a partir de entonces?
Llegué al pueblo, me alojaría en una habitación de una posada, la única, así lo hice, bajo el rayo de luna y el frío justiciero me adentré a mi humilde morada ya muy entrada la noche, y sin entrar en más detalles, me acosté.
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