El Sendero de la niebla (III)

-¡Ofrecedme a mi vuestros víveres vuestras bestias en sacrificio, las bestias a los reyes! ¡Ofrecemoslas en sacrificio al señor! Y que la leche de sus entrañas, sus pieles y sus carnes sirvan para alimentar al ángel caído, caído ahora en manos del pastor de las bestias, pecador, ¡condenado a quemar en las brasas del infierno! Sagradas son las trágicas rimas del poema, siendo así, ¡trágicas serán las vidas de los que las lean en prosa!

Con eso tuve suficiente y turbado salí de esa fría construcción, al salir vi las colinas de las que llegué el dia anterior i ví como una niebla espesa y húmeda los tejía i amenazante se acercaba al pueblo para cubrirlo de confusión y ceguera. Me fui al hostal, a mi habitación y me deslicé dentró de mi cama, y al dormir me econtré dentró de mi sueño. Al levatntarme, el cristal estaba empañado, el armario, desde el espejo me contemplaba i el armario… ¿quien carai quería un armario tan grande? Decidido a ver el sol de nuevo entre nubes salí del hostal i camino a la iglesia me topé con el campanero, incorporándose éste y con cara de curioso se dirigió a mí:

-Te tengo visto –dijo entre exhalaciones blancas-, tu me suenas, ¡que me cuelguen si no has estado antes aquí!
-No quería que le colgaran pero puede garantizarle que es la primera vez en mi vida que estoy aquí. Estoy para descansar de mi Proceso.

Me propouso entonces una visita guiada por el campanario del pueblo donde según ese hombre podría contemplar toda la comarca. Aceté y le seguí. Pero según entrábamos a la ermita vi de nuevo en el cementerio esa figura femenina, ofsucó mi atención y me dirigí dónde estaba, con la voluntad de corregir el error que me llevó lejos de ella la primera vez que me la encontré. Se cerró el mundo sobre mí y la oscuridad se cernió sobre mi pensamiento; esa mujer, había desaparecido de nuevo. En su lugar había una estatua que decoraba una tumba, una tumba con la tapa abierta y en ella bajaban unas escaleras. No es un decoro para mantener su atención, lo que les digo no es ninguna licencia: en ella estaba inscrito mi nombre. No había más que niebla a mi alrededor, mi nombre en la piedra gris, fría, húmeda, como el proceso, como el camino, como el pueblo, como la vida. Veanme con un plano en contrapicado, niebla alrededor, las escaleras que conducen a lo oscuro, veanme a mí penosamente bajando las escaleras de mi propia tumba. Al fondo de las escaleras, una puerta de madera. La abrí. Al atravesarla me ví a mi mismo durmiendo en la cama. El espejo estaba roto, estaba en la habitación de la posada. Por si no se entiende, yo me ví a mi mismo. Me horrorizé, y el otro yo se despertó y también se horrorizó. Y bueno comprendí. El espejo ya no estaba roto, la puerta del armario estaba ya cerrrada y el cristal de la ventana no estaba empañado, entraba un rayo de luz a la habitación. Bajé las escaleras que conducían fuera de la posada, era el tercer día y brillaba el sol con un resplandor cegador. Esa luz me dio calor y me fundió. El Proceso había sido demasiado duro y seguramente tendrían que haberme mandado aquí antes. Ni sacrificios de bestias, ni luces de faros intermitentes, ni campanas, ni mujeres que se desvanecen cuales rayos de luna, ahora simplemente me preguntaba quien edificó y conservó las ruinas de mi vida. De muerte aún no se ha hablado aquí, pues me parece demasiado evidente.
Esta pequeña narración presentada aquí en forma de trilogía, la presenté hace 4 años en un concurso de literatura en mi antiguo colegio, el mismo concurso del que hablé en el post de la “Sociedad fragmentada en si menor”. Esta historia, traducida y en parte corregida es más o menos la que no ganó ese concurso de narrativa

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