La vida es puta ironía

Minuto 85 de partido, "el jugador" ausente durante el último més salta al campo de nuevo, recuperado de su lesión. A los cinco minutos se rompe; fin de la carrera deportiva del susodicho. Eso pasa por dos "leimotivs", en primer lugar porqué "a veces la vida es pura ironía", en segundo lugar porqué el jugador después de su grave lesión que le ha impedido jugar incluso desde la fecha en que tenía prevista su reincorporación (15 de febrero), ha salido al campo, lo ha dado todo y se ha roto. Eso es más o menos lo que le puede suceder a uno cuando hace tanto que no escribe: que le crujan los dedos y le caigan las uñas. Esto va a ser difícil.

Vivo una vorájine y doy fe de ello: fíjense en lo que he tardado de escribir. Fíjense en las cenizas a las que ha sido reducida tan primaria necesidad. Da miedo. Durante el último mes he sido testigo de como he dejado de ser inquisitivo con mi entorno, con lo que me rodea, con el devenir. Nada me estimulaba, nada me hacía llorar el alma cuando no escribía. Y justo tuvo que ser una sensación nueva, extraña, triste en un sitio como un aeropuerto dónde volví a ser testigo del milagro: algo vibraba en mi y me humedecía. LLoraba de nuevo el alma. Intento pensar en ese estímulo, intento recordarlo... ¿qué era? He barajado vario títulos para este post, todos muy parecidos a cuál más provocativo, pero ninguno más acertado que con el que finalmente lo he bautizado... "la vida es pura ironía", "la vida es puta y es ironía", "la vida es ironía, puta", "no seas irónica puta", no esa ya no, no me malinterpreten que decirle "puta" a alguien en catalán es cosa muy distinta que en castellano. Sigo sin acordarme de mi estímulo aeroportuario... ¡Por supuesto que me acuerdo! Hablemos de M.


A M. le había ocurrido una desgracia, y tenía prisa. Normalmente el ir con prisa se asocia libremente con el ocurrir de una desgracia y esta vez la cosa hiba en serio, y M. miraba al mundo, esta vez con otros ojos. No es que no le importaran el resto de las personas que cubrían centenares de abecedarios y que se sucedían en su frenético viaje hacia "una parte". No es que para él fueran obstáculos inhertes sin vidas, sin importancia, sin extensión de sus seres, pero así era. No es que le diera asco su actitud hipócrita y sus máscaras, pero así era. No es que quisiera escupir a la cara de los más chulos, de las más altivas, pero así era. No pudo ser y no debió ser. Qué rostro impenetrable el suyo, lleno de ángulos rectos, dureza de mandíbula, pero no pudo ser. Cuando M. había llegado a "una parte" hizo lo que tenía que hacer y al rato, se encontró con esa máxima, que la vida es pura ironía:


M: -¡Oh vaya S.! ¡Cuanto tiempo sin verle!

S: (Dubitativamente) -Mmmmm... oh vaya ¡No le reconocía! ¡Con ese pelo! ¡Con esas gafas! ¡Con esos brazos!

M: -Y sin embargo usted no ha cambiado nada (sigue siendo igual de simpático, gordito y calvito piensa)

S: -Debo confesarle que me parecía usted más atractivo antes. (S. siempre ha tenido mucha pluma) ¿Qué le trae por "una parte" a estas horas de la mañana?

M: -La vida; un abuelo mío, ha fallecido esta misma mañana

S: -Vaya lo siento, sin embargo acaba de nacer mi primer hijo.

M: -¡Felcidades!

S: - ¡No pudo ser!


"Una parte" donde la vida y la muerte hacen trueques y se juegan los duros al siete y medio. Que vigilen, no se les caigan las uñas de tanto rasgarse esas andrajosas vestiduras milenarias. Volví.