Gracias a Kafka

Subiendo las escaleras me encontré con una cucaracha. Estaba confinada en un espacio rectangular de menos de veinte centímetros de ancho y treinta de largo: un peldaño. Pasé rápidamente lamentándome de los motivos que habían llevado a esa cucaracha a estar allí, motivos que probablemente estaban estrechamente relacionados con la higiene del lugar. Más lamentable resulta si ese lugar son las escaleras que suben a tu hogar. La verdad es que ante mi sorpresa ignoré la presencia del insecto y seguí mi camino escaleras arriba.

Unas horas más tardé me encontré de nuevo subiendo las mismas escaleras y me encontré de nuevo a la cucaracha confinada en ese pequeño espacio. Al haber pasado unas horas mi curiosidad se incrementó y me detuve. La pobre cucaracha no esperaba mi reacción así que ésta se puso nerviosa torpemente; se movía errante de un lado al otro del peldaño. Pero la pobre estaba tristemente confinada: incapaz de bajar un peldaño, incapaz de escalar otro. A nuestros ojos, un abismo infranqueable y un castillo inexpugnable respectivamente. De nuevo negando por segunda vez en el día mi naturaleza ignoré a la cucaracha y decidí dejar que siguiera viviendo su vida de cucaracha, puesto que en este caso el destino más probable de la cucaracha al cruzarse con cualquier otra persona del vecindario hubiera sido la de muerte por aplastamiento y esparcimiento masivo de sus vísceras.

Pero gracias a Kafka la cucaracha confinada ese día se mantuvo con vida. Gracias a la toma de conciencia que resulta suponer que en un mundo dónde las palabras fueran más pesadas esa cucaracha podría encerrar el cuerpo de una persona olvidada por su família y por sus amigos alguién que porqué no, hubiera intentado sumergirse en un mar de sí mismo y en las profunidades de un abismo insondable hubiera quedado preso de su escafandra.

Los Peligros del Amor


Cada vez que te miro veo en tu mirada, en tu mirar, una parte. Una mitad. Una porción. Que brilla. Veo en tus ojos un fulgor, un dulce fuego fatuo. Una luz. Una radiación. Que me mira. Que se dirige directa hacia mi corazón. Hacia mi pecho. Hacia un lugar indefinido que identifico como lo más mío que existe en este mundo.

Cada vez que estoy cera de ti, siento entre tu y yo un campo invisible, magnética o gravitatoriamente activo, aunque eso no lo sé, podría ser la propia química de la atracción, la física de la sugestión la alquimia del platonismo. En cualquier caso se crea un campo de Amor concentrado, expectante que me arrastra hacia un lugar indefinido que identifico como lo más mío que existe en este mundo.

Cada vez que te hablo, siento entre mis pensamientos y el hilo de mi voz una censura que me impiden decirte cuánto he esperado este momento cuánto lo he evocado y cuán poco tiempo he tenido para practicarlo. Vibra el campo alquímico entre tú y yo y llegan a tus oídos mis mensajes subliminales de que te necesito, quiero, siento y otros quehaceres muy comúnmente ocultos por las conveniencias del lugar indefinido que identifico como lo más mío que existe en este mundo.

Cada vez que te rozo, siento como todos mis poros se cierran, en un intento instintivo y de lo más natural de capturar a nivel microscópio el micro amor que al no esconderse en tus intenciones podría encontrarse en la esencia propia del aire que rodeas. Es entonces como de alguna forma me doy cuenta de que en lo más mío que existe en este mundo, existe el riesgo potencial de que allí estés tu y el amor que peligrosamente siento por ti.