Je ne regrette rien

Oración a París.

No es justo, no es justo, cuándo todo parecía claro, qué gris, no es justo, no me alargues las sombras, París, no me alargues las sombras que si las ves es que hay luces, y no hay luces más luces que París, oh París, pero por ello tienes sombras, sombras de reflejo gris y de azotes enrojecidos que encienden tus cielos cenicientos de nubes arrancadas de las mentes más grises bajo el cielo gris, colores que no duran una vida, ideas que condensan más ligeras que el aire que las rodea, colores que se tornan en gris, grises que se evaporan, y llueve, sólo sé que nunca dejará de llover, en los corazones, en el motor del metro, de la lengua de hierro, aplastas esperanzas, arrollas viajantes, que no escapan, de esta telaraña de piedra.

Paris andar por tus calles me quema, me quema mis suelas de goma, goma que tu alquitrán chupa, chupa; mamona ciudad. Me callejeaste como ninguna otra, voltear tus esquinas es como acercarse demasiado a una espada afilada y no sangrar si nos pincha. París contemplar tus piedras fornidas de historia no es más que morder polvo de muertos. Pero así aún corro por tus calles mientras tu polvo me persigue, pero aún así me adiestraron tus alimañas. Porque París, con tus luces, no eres más que gris. Polvo de estrella en un vacío con acento circumflexo.

Y aún así, insufrible París, non, rien de rien, non, je ne regrette rien.

Sobre lo que había una vez


Había una vez un hombre que perseguía un sueño, los sueños suelen estar muy, muy, muy arriba. Pongamos que su sueño era la Luna, por ponerle nombre propio al sueño, y así poder escribirlo en mayúsculas, puesto que todo lo propio es mayúsculo. Pongamos entonces que una vez había un hombre que tenía un Sueño, la Luna. Pero no era un hombre cualquiera, era un hombre merecedor de mayúscula, pero no era mayúsculo, era más bien un, hombrecillo, un Pequeño Hombre.

Había una vez un Pequeño Hombre que tenía un Sueño, la Luna. Para poder llegar a su sueño tenía que subir muy muy arriba; así que se le ocurrió montarse en un avión, pero no un avión cualquiera; exactamente, se montó en un Avión, el avión después de subir y subir, surcar y surcar le preguntó a el Pequeño Hombre si aún quería subir más; el Avión ya estaba cansado de tanto subir, pero ante la sorpresa de todos vosotros, el Pequeño Hombre dijo que no, que ya no quería subir más:

el Pequeño hombre estaba mirando fijamente a través de una ventana, en minúscula y minúscula del Avión, y la tierra delante de él y des de allí tan arriba tan arriba tan arriba, se había convertido en un plato de verduras muy bien cocinadas, al mirar el borde del plato sintió tal emoción, tal cosquilleo en su corazón, vio como más abajo de su Sueño, la Luna estaba algo mucho más increíble que todo cuánto había podido imaginar nunca; una cosa que los Mayores llaman Horizonte; el borde del plato de verduras en un inmenso cuadro de acuarelas azulmarinas, a veces casi claras, a veces casi oscuras.

Había una vez un Pequeño Hombre que tenía un sueño, la Luna y gracias a ello se subió a un Avión y cuando llegó al Horizonte de los Mayores se dio cuenta de que en esta vida no hay mayúsculas que valgan si estas no van acompañadas de un sueño que nos conduzca a ellas.

Palabras olvidadas, habitaciones prohibidas

De mis manos,dedos,yemas caen palabras de formas, pero residen en algún lugar entre el limbo y el linfático muchas otras formas sin palabras. Formas que se dibujan entre las sombras, de una habitación cerrada, en la que abro los ojos.

Repentina veo una ventana, al fondo, toda ella luz tenue,fatua,rectangular y recuerdo,proyecto,veo tantas habitaciones cerradas, tantas habitaciones en las que me encerré que en ésta por mucha puerta que cierre, jamás podré encerrarme en ella.

¿Dónde está mi casa con su habitación cerrada? ¿Dónde están mis llaves invisibles? Si desapareciera ese rectángulo crepuscular: no hay luz, oscuridad, sofocante oscuridad, profundo y ardiente dolor. Sólo el tintineo de unas llaves me puedes, sólo el tin-tineo de unas llaves te pueden, sólo el tin-ti-neo de unas llevas nos pueden. Encerrarme de nuevo en mí habitación antes de que...

mis palabras olvidadas, mis habitaciones prohibidas.