polígonos Estrellados

Pared con techo estrellado, cal-car-com-ida, blanca. Lisa. Seca. Apoyo mis manos ¿Quién anda en el otro lado? Toc, toc. Clac, clac. Gemidos.

Techo con pared poligonal, mar-mol-mol-ido, negra. Lisa. Seca. Apoyo mis piés ¿Quién palpa en el otro lado? coT, cot. calC, calc. sodimeG.

Uno en un lado, el otro en el el otro, así estamos; sin entendernos, sin comunicarnos. Sabiendo lo que somos y lo que significamos y sin embargo... Y sin embargo. ¿Sabes cuánto te necesito? Te lo pregunto porqué ni yo lo sé. Es como itentar explicar qué es el universo, su infinidad se escapa de nuestra mente finita entre una pared convexa. Miro hacia el cielo y no sé porque será que no veo estrellas; el horizonte estará nublado ¿o quizá sean esas lágrimas que no quieren salir de mis ojos?

Focalizando

Sucede que una vez al día, sin que eso sea objeto de gran interés, anochece. Se encrepuscla el cielo. Sucede también que siempre hay una longitud en la que sucede; siempre anochece. Sucede menos a menudo y ya a nivel particular que uno contempla (verdaderamente) uno de esos crepúsculos, lejos de una gran ciudad; el Seine ha sido cambiado por un río cualquiera, cerca de un monte cualquiera. Sucede que uno se planta;

esa estrella es Venus. Y miro hacia arriba, el rojo se torna en un rosado que se convierte en azuloscuro y es casi negro cuando llego al zénit. Levanto la cabeza hasta que en mi vista veo media esfera de punta azul oscura y contornos rosáceos. Sucede que miro hacia un punto, fijo mi vista en una dirección del paisaje.

Allí estás, en alguna de esas casas, te estoy mirando.

Pero no me devuelven la mirada.

Nos vemos en el espejo como mínimo un par de veces al día. Pero ¿cuántos días penetramos por nuestros ojos hacia el abismo que esconden nuestras entrañas? ¿Cuántos días vemos a Venus? ¿Cuántas noches le lloramos a Marte sin que de reojo nos mire la Luna?

¿Cuándo me devolveran la mirada las estrellas?

C'est la vie

El formato de nuestras vidas ha cambiado y los símbolos ya no son, lo que eran. La muerte ya no existe. La muerte ya no existe. Antes llegaba cuál espectro empuñando una guadañana y se sentaba en un tabuerte en el umral rellano, fijandonos su vista mientras, acostados balbucéabamos las útlimas palabras a quiénes eran de trascendencia, a quiénes queríamos. Pero morir ya no es lo que era. Ahora una maleta nos aguarda en el umbral del rellano, una maleta con la etiqueta de alguna compañía low cost a poder ser. La escena en la cama es la misma.

Ahora que ya no existe el Reino de los Cielos, ahora que ya no hay reposo eterno, ahora que sabemos que el universo se expande y que eventualmente moriremos abrasados por el Sol sin excepción. Ahora ya sabemos que no vale la pena que nos despidamos de algo que perece con la esperanza de volver a verlo. Ya-no-más. Sin embargo cuando sentidos mueren, sentidos nacen.

Turistas no ha habido siempre, por ello no es lo mismo vivir en Greendwich que en trópico de Cáncer o Capricornio; una forma de llegar a ello es ver que le gente que se-quería vivía a menos de tres pueblos. Pero el mundo cambió. Se esfumaron las fronteras. Dando esto por hecho es hora de volcarse hacia dentro de uno mismo.

La muerte de ahora se compra por internet, un correo es responsable de decirnos lo que antes el doctor: "Será como muy tarde el mes que viene". Él seguramente añadiría lo de "lo siento". La muerte nos lleva juntos a centenares por los aires. La muerte nos mata una vida. La muerte nos la hacemos nosotros plegando camisas y encajándolas, menos de veinte quilos por favor en una maleta. Aquella que luego nos aguarda en el umbral. Y lágrimas y lamentos. Me muero. Pero ahora la gente somos cómo los gatos, tenemos otras vidas (aunque no tantas). La muerte ya no nos espera; vamos hacia ella. Y esta muerte de la que hablo es una muerte hecha a la antigua: es aquella muerte con la que sabes de que a pesar de que esa persona se vaya, en un tiempo, en otro sitio, vovlerás a encontrarte con ella. La muerte se ha reinventado. El funeral ya no se oficia en la catedral; por ello vamos al aeropuerto. Y de allí al cielo. Pañuelo en mano, llanto llorado, pensamos: volveremos a vernos. Y esta vez, no cómo antes, si lo sabemos: es cierto.

Au revoire, Paris.

Versus Terminus

Tengo miedo de los máximos, las cosas absoultas; lo definitivo. Buscando grabarme en piedra me doy cuenta de que apenas tengo hagallas para echar una firma. Cualquier día de estos me guardarán en un armario. Alcanzar un abosulto es algo desolador; ya jamás volveremos a estar en lo alto de esa montaña; es lo de siempre, del camino, de eso se disfruta. La cima no es más que un instante, un orgasmo, una corrida. Dejar de vivir la vida cómo un camino, dejemos eso a los dioses.

Cuando te de la mano (ya jamás podre sostener otra mano)
Cuando te abrace (ya jamás habrá otro abrazo igual)
Cuando te acaricie una mejilla (ya jamás habrá una yema en una mejilla)
Cuando te bese (ya jamás vibrará igual el metro, ya jamás se derritarán igual las velas)

Cuando vengan los cuantos, estaré ante lo absoulto y...

Amor dejará de ser una palabra caída, y ya jamás habrá puntos sobre las íes, tildes sobre las esdrújulas, cercedillas sobre las enes. Ya no habrá qué escribir, qué ser leído. Ya no habrá más que vivir. Ya no querré volver a ver (otro rostro), tocar (otro rostro), acariciar (otro rostro) besar (otro rostro).

Amor estar amor en amor pie amor y amor enfrentarme amor a amor mis amor miedos.

Tomado a la ligera

Los días pasan, cada día me doy cuenta de que no te equivocabas, cuando te sentías incapaz de hacerme llegar esa carta que habías escrito con sangre, con lágrimas, o simplemente con la quintaesencia líquida de la añoranza. Yo no debería haberte escrito todo aquello. Las cosas escritas pierden el sentido facilmente, con el tiempo, dan pie a demasiadas interpretaciones que se nos escapan de las manos, dices algo y ni siquiera la memoria es capaz de registrarlo, hay palabras que aunque pesen, es necesario que se las lleve el viento; cualquier palabra, aunque sea ligera gana peso escrita, una cosa intangible que se la tiene que llevar el viento, un puslo, una onda, una excitación de partículas que debido a una particular electroquímica son. Escritas toman un valor másico: unos gramos de más en un folio, unas megas de más en una memoria.

Somos nosotros los que a día de hoy, estando en las situaciones en las que estamos, los que tenemos la respondabilidad de medir, y no equivocarnos, el peso de las palabras.

Te prometo el final

Empieza con un suspiro, ahora intenta ahogar su gruñido. Hay que terminar con el patrón Luc, hemos vagado meses en círculos. Puedes asemejar París a un círculo; el sena no es más que una cuerda tendida a ninguna parte ¿te acuerdas de la definición de cuerda? Pero al final, llega el final; con suerte un mausuleo roto.

Estos y otros por así decirlo son los pensamientos que le vienen a uno por vagar por Père-Lachise, el cementerio de París que sale en las películas. No deja indiferente a uno el hecho de que París ciudad de luces contrastadas tiene mucho lugar para muerto; agarra un mapa y en verde-leyenda veremos cómo está sembrado de verde mortal.

Cul-de-sac, en esas estamos Luc, demos la vuelta ¿Hay algo más metafórico que un cul-de-sac en un cementerio? Des de aquí no hay pers-pectiva ¿No te parece patéticamente trágico? Vagar perdidos en un cementerio buscando la tumba de alguien que nos importa uno de esos rábanos caros al quilo. ¿Cómo nos hemos dejado engañar de esta forma? La pregunta es; cuándo empieza todo, el mundo, el sentido de todas las cosas, el querer dejarse de la cuerda biológica colgados de ese abismo en nuestros ojos del que jamás dejaríamos de caer. A ir más allá de cualquier cosa que meramente sirva para asegurarnos la supervivencia. ¿Quién nos salió con eso de que hay que vivir para contarlo? ¿Quién fué el que dijo que en la vida hay algún otro sin-sentido placentero que nos ea la risa y la sonrisa? ¿Quién nos plantó la mentira de amor? Amor es una palabra caída Luc, ya no creo en él. Fíjate A-Mor, en catalan suena A-morir. Así es a-morir-vamos-todos, ya ves, si nos prometieron algo fue el final. El que escribió nuestra historia nose estrujó demasiado los sesos sabes; al final mueres. Ese es el guión. Es como esas buenas películas cuyo guión es excelente, cuyos personajes son complejos y cuya duración es a veces absurdamente exagerada y en cambio cuando llega el final de esas películas, parece que no hay tiempo, que todo se precipita y en un abrir y cerrar de ojos, ¡zas! se baja la cortina. Fin de la pantomima.

Nunca la he querido Luc, para qué te voy a engañar. Vaya fíjate; ya hemos llegado, tírale esa rosa que le trajimos, y que se vaya al carajo.