El Último día en la Tierra III, A media mañana

El autobús se aleja. M. se queda plantado en la parada, tiene su libro entre los brazos y lo aprieta fuerte contra su pecho, como si en cualquier momento pudera estrujarle y hacer zumo de palabras, o quizás esperando que la tarjeta desapareciese. Entonces pensó cuál eran los ingredientes mágicos que necesitaba: un café! Sí, un café tenía que despertar. Y se dirigió a la cafeteria de su facultad.

Evitó hablar con nadie, se puso los cascos, cosa que no suele hacer en sitios dónde es conocido (porqué allí lo era e incluso algunos le tomaban en serio). Se precipitó escaleras arriba, escaleras abajo. "¡Un café!", "¿Sólo?", "¡Cargado!. Espetó. Y se lo sirvieron. Le echó azúcar, y lo removió, vió como los torbellinos de una naturaleza turbulenta difícilmente explicable e predecible invadía la superfície del líquido elemental de las mañanas como esta. Y se ve a sí mismo inclinado hacia el café, removiéndolo con esa cuchara, límpia pero de forma incongruente. Esta tan agachado tan hacia el café que puede sentir sus emanaciones calientes, su provocativa y viciosa armoma. El cantó de las sirenas cafeínicas, más atrayentas que las de Homero. Cualquiera que le viera en ese momento podría haber jurado que M. se proponía a saltar de cabeza en él. Y despertar para siempre. Cuando preparaba el salto, (ya tenía las yemas de los dedos en el empeine de sendos piés), le interrumpierón.

"Buenas mañanas M.!" espeta el Profesor, que le era a M. de grata confianza. Confianza forjada en tutorías de su lejano ya primer curso, cuando coleccionaba suspensos desmontables por fascículos. Al estar tan cerca del café M. introdujo su nariz y parte de su cara en él. Se quema, se mancha, se ahoga (sutilmente) y por más inri, vacía la mitad de su café en un sitio indeterminado entre su nariz, su cara, su jersei y sus pantalones. "¡Profesor! ¡que grata sorpresa!". La voz sonó grave y rota; era la primera vez que componía algo con su voz, en todo lo que llevaba de día. Y ese pensamiento le recuerda que este podría bien ser el último día.

"¡Un café! vaya M. que cara me llevas hoy, joder uno tiene que venir aquí a quitarse las pesadillas de la cabeza, ¿no es así?" espeta el Profesor. M. se queda sorprendido y le mira con incredulidad. Por comparar, es como tod en la vida; uno se compra una bicicleta y repentinamente se da cuenta de la cantida de gente que va en bicicleta y de la que nunca había reparado. La reflexión inicial es la siguiente: "Claro ahora todo el mundo se compra bicicletas, justo cuando yo". La reflexión posterior es la siguiente: "En verdad lo que ocurre es que ahora que yo voy en bicicleta me cercioro de mis semejantes". ¡Eso es madurar una idea! Ante el silencio sostenido, ya que M. estaba pensando todas esas cosas mientras el Profesor esperaba una réplica. No sin antes mirar ambos flancos, dice de nuevo: "Lo que quería decir es que el café nos despierta M.", "¡Si claro!" , "Mmmm veo que algo te sucede". "Es complicado, ha tenido usted nunca la certeza de soñar en algo que no era un sueño, es decir... ¿soñar que se despierta de un sueño?". "No". "Vaya, ¿y si una persona poseedora de profesionalidad, honestidad y certeza absoluta le sentenciara un hecho verídico?". "¿Tiene esto algo que ver con el hecho de que le salga café por la nariz?". M. se limpia con una servilleta y en ese momento tocaran las diez. M. se despide y corre hacia clase. "¡Supongo que sí! ¡Sí! Es lo más lógico". Y mientras M. corría, en otro lugar de este mundo o de cualquier otro, un campesino, alegre y en una mañana soleada, sembró la semilla de la duda. Y esa iba a ser una buena temporada.

Ilustraciones de Pablo Scioti.

Inspirado por la canción "Last night on Earth" de Statovarius y a posteriori por "El Proceso", de Franz Kafka.

El Último día en la Tierra II, Pronto en la mañana

M. se levanta, se siente descansado. Parece ser que se ha dormido, es un poco más tarde que de costumbre, hay que optimizar recursos: puede irse de casa sin desayunar ¡pero nunca sin ducharse! Y así lo hace. Le encanta. En estos días de invierno, la ducha le santifica: Le recubre de un aura de calor que le hace inmune al frío durante el resto de la mañana. Nunca lo ha entendido. Sin embargo, al ser algo tan positivo de su persona, nunca ha querido indagar mucho al motivo que lo producía, no fuera caso que viniera de algo malo y algún médico se lo quitara. Embedido en sus pensamientos, cogió la chaqueta, tejana, se envolandó la bufanda, se dirige hacia la puerta del apartamento. Maldición, siempre se deja la llave. Se gira para volver a su habitación. Al volverse su mirada tras los cristales de sus gafas se encuentran con la caja de cereales vacía encima de la mesa, y un tazón, aparentemente apurado. No cabe duda de que no hace falta decir que sin duda, se sobresalta y mucho.

Ese día no cogieel ascensor: baja las escaleras corriendo. En el autobús, acurrucado en los asientos traseros, y dentro de su música, injertado en su pensamiento tiene la imagen de los cereales. La imagen de un hombre con un traje. Un nombre de mujer tanto peculiar para un señor. Y un mensaje inquietante, apocalíptico por así decirlo. Pero no, lo más probable es que el gordo de su compañero de piso, afectado por hambruna a mitad de la madrugada se viera obligado a pisparle unos cereales a M. ante la escasez de su despensa. Y al oírle en sueños su subconsciente le haya jugado una mala pasada montando una escena kafkiana digna de un director de cine independiente europeo.

Al encontrarle salida a sus pensamientos, se fija en la calle, la preciosa calle que cruzaba la ciudad, bañada ahora por los soles aún rosáceos de la mañana. Y se dedica a lo que más le gusta en el autobús; contemplar a las personas e imaginar sus vidas, extrapolarlas, lo mismo que en su pueblo hacía con los árboles. Pero en seguida sólo fue capaz de distinguir hombres con traje y sombrero comiendo cereales. Desvia su mirada de la calle y saca un libro de su cartera. No recordaba haberle dejado un punto, ni siquiera haberlo empezado. Pero hay un punto, más bien parece una tarjeta de visitas y de frorma mecanografiada dicta:

Sr. Verdad absoulta
C/ De la certeza, 43
La Ciudad

y detrás de ella esbozado a mano:

Recordarle a M. que hoy es el último día de la Tierra y que como tenía prisa no se lo he podido comunicar a nadie más.

Nadie sabe como llegó esa tarjeta allí. Y quizá si el libro pudiera haberse quejado, de que algo le implica como leído, dadas las circumstancias, no lo hubiera hecho.

Ilustraciones de Pablo Scioti.

Inspirado por la canción "Last night on Earth" de Statovarius y a posteriori por "El Proceso", de Franz Kafka.

El Último día en la Tierra I, Amanecer

Amanece, que no es poco. M. se levanta. Se siente sucio y siente como si le estuvieran forjando la cabeza. Se incorpora. Pone los pies en el suelo. Muy consciente de la hora que es, a pesar de dormir con la persiana hechada. Es temprano, muy temprano. Pero con los días que vienen necesita ayuda divina. Si no fuera por eso, seguramente seguiría levantándose temprano. Porqué M. va a la universidad. Nunca ha terminado de ser un animal de costumbres, le cuesta seguir todos los días la misma rutina, más bien se deja llevar por sensaciones y esa día sintió que antes que la ducha, el desayuno.

Desayunar, piensa M. antes de ducharse tiene ciertas ventajas sobretodo cuando uno sufre de hambruna pena, como le suele ocurrir a él por las mañanas, sin embargo nunca ha casado muy bien eso de ducharse con la barriga llena, ese vaivén de temperatura insoportable en la ducha merman sustancialmente su ya por naturaleza sensible aparato digestivo. M. llega a la cocina. Busca la leche, la encuentra. Busca una taza la encuentra. Busca el chocoloate, lo encuentra. ¿Dónde están los cereales? Por la mañana uno nunca sabe.

Se dirige hacia el comedor, y sigue pensando; sin embargo, si te duchas primero siempre corres el riesgo de mancharte con el desayuno y luego este está implícitamente más cerca de la comida cosa que nunca es buena, no le gusta comer cuando... M. se detiene, sus pensamientos tardan más en detenerse. Hay alguien sentado en la mesa.

Y come cereales.

Un hombre maduro, con gabardina negra, sombero negro y semblante duro, madurado, como de madera barnizada se come su desayuno. Y le mira. Apura la taza, se levanta y extiende la mano hacia M. "¿Quién es?" pregunta M. su aspecto es un poema visual, de los malos. M. solía dormir en calzoncillos y calcetines y así vestía. "Oh, perdone que no me haya presentado, soy La Verdad Absoulta". M. se siente confundido. Hasta ese momento hubiera jurado que tenía un hombre delante, y sí seguía teniéndolo, pero aún así más increible que su nombre le seguía pareciendo el hecho de que se había terminado sus cereales. Que por cierto eran buenos y caros. Verdad Absoluta esperaba una reacción de M. en forma de verbo, pero no la hubo. Así que añadió:

"Sólo venía a comunicarte que hoy es el Último día de la Tierra. Era sólo para que lo supieras." Y tampoco llegó el verbo. M. estaba anonadado y de repente se le ocurrió que quizá seguía viendo a un hombre porqué no se había puesto las gafas. Verdad absoulta con total confianza le dió un golpecito a la espalda a M. abrió la puerta, que estaba al lado del comedor y se fue con un saludo a modo de mano al aire sostenido.

M. se quedó unos insantes de pié frente a la puerta, balanceándose ligeramente, seguramente por lo temprano de la hora y por la perplejidad en la que ese hombre le había dejado. Así que decidió volver a su habitación. Se puso en la cama. Y decidió que seguramente esto sólo fuera un sueño. Y añadió que por fín había sido capaz de ser consciente en uno de ellos. Se sentía un poco decepcionado consigo mismo por haber participado tan poco en él, y entre malidiciones, se durmió.


Ilustraciones de Pablo Scioti.

Inspirado por la canción "Last night on Earth" de Statovarius y a posteriori por "El Proceso", de Franz Kafka.

Sobre retrospectivas e involuciones

"Y al volver la vista atrás..."
Me permito hoy, terminado día internacional del blog, otra licencia. Me permito sumarme a esa ignonímia cantaidad de citas que Antonio Machado ha recibido y es que, no nos engañemos. No es para menos. Uno siempre piensa que la vida lleva hacia adelante. Que siempre se anda hacia adelante. Pero, ¿y si no fuera así? Sucede que a veces uno cae en una espiral, descendente, un sumidero. A uno se le echa por el váter, y entonces retrocede, retrocede en esto que es la vida.


Así que se acuerda por unanimidad que no sólo se va hacia adelante, sinó que a veces se puede ir hacia atrás. Lo siguiente es introducir una nueva forma de moverse: detenerse. Dejar de andar. Eso tambien es posible, de forma voluntaria o involuntaria. ¿Puede uno volver a moverse cuando se detiene? En el vivir, es bastante dificil estancarse, por no decir que imposible, seria algo tan complicado como encontrar un equilibrio entre el ligero crecimiento personal y el dejar pasar del tiempo: una utopía. Es por ello, que el sedentarismo emocional no lleva a un estado estanco, lleva a un retraso. Porqué el tiempo pasa, y eso es impepinable.

Es por ello que la única estanqueidad vital que se me ocurre es la muerte misma, ¿qué horror verdad? Sin perder el hilo de lo que se ha dicho ya en otras horas, incluso al soñar hay algo en nosotros que crece, o mengua. Sin ir más lejos, ayer mengüé al dormir. Me acosté con el recuerdo de una chica, y en el sueño, al final de este, la perdía, se iba sin dejar rastro, de forma repentina y con la imposibilidad de encontrarla.

Pero no es de eso de lo que quería hablar, sinó de la idea que me han tejido el hilo de estos dos pensamientos, el andar menguando y el morir al deternerse.

Cuanto miedo morir ¿verdad? Cuantas excusas, cuantas historias, cuantas religiones, cuantos cuentos para afrontarla, y sin embargo allí está inexorable en nuestra meta, a punto para detener el cronómetro y dictarnos nuestra marca personal e intransferible. Inevitable fatum. De sobras sabido. Por doquier tratamos con ella, pero ¿como imaginarla? Como comprenderla. Supongo que sucede con como muchas cosas sin explicación: el problema no es que no haya respuesta, sinó que la pregunta está mal formulada. Creo que la mejor aproximación al estar muerto que puedo dar a fecha de hoy es la que sigue después de esta serie de malas interpretaciones. No es estar dormido, luego nos levantamos y no hay discontinuidad en la memoria entre el dormirse y el despertarse. Lo mismo sucede con cualquier estado de inconsciencia. Somos lo que vivimos ahora y lo que recordamos, y poco más. Que sepamos. Así que enfoquémoslo de la siguiente manera: ¿Qué recordamos de antes de haber nacido? Que pregunta más necia, ¡apenas recuerdo fotogramas recortados de mis cuatro primeros años de vida! Y ¿del primero? ¿Y antes? Antes una casualidad, antes, dos personas que se gustaban y decidieron tomarme en serio. Imaginemos pues así la muerte. Nada que podamos imaginar, por supuesto.

"... se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar".