C. no tiene quien le escriba

Estimado C.,

sigo empecinado con esa novela. Siento decepcionarte pero es así, tenías razón cuando me decías aquello que me tomo mi vida como si fuera una de ellas, la mejor que jamás pudieras leer te solía decir. Y sin embargo aquí sigo, avanzando página a página, capítulo a capítulo. Estoy preparando uno grande ¿sabes? Uno de esos con cambio en la trama, con la aparición repentina de nuevos personajes, con la resolución de viejas intrigas. Pero no te creas que con este voy a darla por concluida. Dicho capítulo lo tengo todo en la mente, lo he visualizado, tan sólo me falta redactarlo, hay… todo hay que decirlo, un grave problema: Es muy difícil para mi (y a la vez tan fácil) escoger las palabras que tengo que poner en la boca de ella.

Tenías razón cuando decías aquello que debo dormir más, me pesan los pensamientos; volvías a tener razón cuando me decías que no compartiera piso, que mi personalidad me llevaría a cometer estupideces que obviamente he acabado cometiendo…maldito amargado de la vida ¿por dónde iba?

Escoger las palabras… las palabras que debo poner en tu boca para este juego de sombras. “Nuestro amor es como el amor que sentían los habitantes de la caverna de Platón por las sombras del mundo que se proyectaban en las paredes de la cueva. Un simulacro a distancia”. Recuerdo la novela homónima de Saramago, por ella se ganó mi respeto. Qué fantástica pincelada final. Joder C. es como sí yo pudiera titular a mi novela; El Amor de A. por Z. y conseguir que los imbéciles de los lectores (recuerda quien se repite toma por imbéciles a quienes les escuchan y ya me dirás tu si no hay nada más repetido y hecho variación que las historias de amor, estamos rodeados de ellas) se sorprendieran al final del libro del amor de A. por Z. Pero desvarío. ¿Crees que tengo algo que envidiar de Saramago, algo que hacer con Platón?

Poniendo esas palabras en su boca le proporciono a A. demasiadas reflexiones que no le pertenecen. Eso es lo peor de nosotros los que escribimos C., condenarnos a construir la psicología de nuestros personajes, a darles vida, a hacerlos crecer por entre las páginas. Seguramente estos personajes no serán en esencia originales, seguramente serán variaciones de otros de cuyo rostro no nos queremos acordar, luego te enamoras de ellas, y sólo cuando recuerdas sus rostros te das cuenta de que estás un poco más apartado de este mundo. Que no es bueno enamorarse de sí mismo. Está bien eso de hacerse el amor, sí, pero ¡hay que vigilar de no enamorarse!

Caray, podrías dignarte a volver C., deja ya ese sitio en el que te escondes y ven que saldremos, ven que beberemos, ven que imaginaremos y si eso quizá algún dia, dormiremos. Y hasta ese día te aseguro que no sabrás como termina ese capítulo, y menos aún cómo sonarán las tapas duras de la novela al cerrarla en la úlimta página. Pero qué más da eso, tu lo solucionarías rápido: “Todos los finales son el mismo repetido”. ¡No dejes que se borre tu camino de vuelta amigo!

Atentamente,

M.

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