Troisième Arrondissement

Idea para acabar una novela con esperanza de seguirla algún día:

Girando y girando, vueltas y vueltas, cír-culo, culo-cír. De colores, luces rojas, verdes y amarillas y azules. Enciendo un cigarrillo. Frunzo el ceño, hecho un tiro, lo lanzo al suelo, se acabó, lo piso, esta es un buen lunes de tarde y hay que vivirlo, me digo a mi mismo. Voy detrás de ella.

Aquí debo detenerme un momento y hacer una precisión; nunca verán una punta de pan en París, todo es culpa de los hornos. A diferencia de la mayoría de las capitales del mundo occidental o occidentalizado París no goza de un denominador común; el fín de los pequeños comercios, así es, a esas horas de la tarde, París hace cola en las boulangeries, por quatre-ving céntim s'il vouz plâit. Y te lo dan caliente, y todos los parisinos auténticos (denominador común), se comen la punta. Yo no he dejado de ser menos. La atrape saliendo de una boulangerie, con su media barra con punta; ni parisina ni emparejada. Uno se pasa la vida cogiendo el rotativo gratuito del metro en ese puesto lejano de la boca del metro, con cariño dobla el periódico y se lo pone debajo el brazo, con cuidado, cuida de no doblarlo con las esquinas, con solapas, chulapas o sombreros; tan sólo para darse cuenta que en la boca del metro a la que híbamos, habría muchos otros periódicos para ser recogidos. De eso se trata en el fondo la vida; prepararse a conciencia y tomar por avanzado las lecciones de la vida, para un día de una vez por todas vivirla y a posteriori darse cuenta que no sólo no hacia falta sinó que hemos perdido nuestro tren.

Harto yo de perder trenes, aprovechando el semáforo carmín, agarré el brazo de la que después podría llamar por el nombre al menos durante una noche. Se cayó la media baghette en un charco y "Vaya, se te ha caído el pan". El resto, son líneas de relleno que conducen a cenamos en mi piso, vevemos en mi sofá, yacemos en mi alcoba. Es mejor contemplar el poso de un vaso de vino mientras intentamos imaginar todo esto.

Maldito sea el cuerpo separado del alma, cuánto poco dura la vida eterna entre el túnel de tus piernas y allí estás, valió la pena abrazarte, chica de ojos-miel, pues agarrando de tí sólo el cuerpo, sólo y sólo, me llevaste un poco más cerca, pero ¿porqué engañarnos? De qué me sirve tu cuerpo, niña-miel, si no contiene mi melmelada de fresa. A mi las tostadas me gustan con crema de cacao. De qué me sirve dormir cabeza contra cabeza, si en una sueño con otras en lugares distintos y en otra sueñas, sólo eso, de otras cosas. ¿De que me sirve? Ver cómo no eres más que miel aura viscosa que te colaste entre mis dedos cuando pensaba que veía reflejada aquella por la cuál intento hacer de lo particular un absoulto. Maldito sea tu reflejo que se ve en el espejo al otro lado de la orilla.

Motor de mi cuerpo, gasolina de mi alma, glucosa de mi cerebro, a París pongo por testigo qué, barrere del primer al último arrondissement. Y si hace falta me montaré en un cohete de feria, para buscarte entre el copo, la gota, el rayo, la lágrima de la dama de blanco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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MUA-MUA