Tintas chinas

Cierra los ojos y frunce el ceño. Se inclina sobre el escritorio. Aprieta los puños. Cuando escribía, empuñaba su pluma y manchaba el papél, no dejaba ningún significado escrito, fuera de aquellos que sólo él podía encontrar en todo aquello. Para él, era com si tu estubieras allí detrás de él, respirándole por encima y le extendieras tu brazo, el te tomaba la mano, te la acariciaba (mientras el resto veríamos una pluma empuñada), cogía tu dedo índice, y apretaba tu uña, y una tinta de dudosa naturaleza, hablaba por él, esa boca era suya y las orejas que sentían todo tuyas. Y así funcionaban las cosas.

Escribi-(eron)-ó relatos cortos; hombres de traje gris, ensayaron modernos desamores, resolvieron ecuaciones humanas, tiraron líneas de poemas. Pero a fin de cuentas (oh retocijos de lenguaje); todo eso fue solamente en primera persona del singular. Nunca hubo un plural y

dejaron de funcionar. Noralmente bajo estas condiciones pueden acaescer dos eventos tremendamente diferenciados. Plumas secas; ya no hay recarga. Plumas perdidas; olvidadas en estatnerías imposibles.

Y entonces la hoja sólo ve un ceño fruncido que se muerde el labio (inferior), tuerce el gesto, y no escribe.

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