
Cuando una persona le recomienda un libro a M. es aún receloso en eso de leerlo, si acaso mide el grado de confianza que le merece tal persona, sospesa sus gustos, las conversaciones que tiene con ella, por supuesto la naturaleza misma de la persona tiene mucho que decir en cuanto a si valdrá o no para él dicha lectura. La cosa cambia si son dos las personas que en un paso muy corto de tiempo le recomiendan el mismo libro, fenómeno extraordinario pero la mar de casual. Muy distinto empieza a ser ya cuando ese número de personas aumenta a un total de tres. En ese caso no hay duda, M. corre, corre, corre, busca, busca, busca, compra, compra, compra, lee, lee y lee. El tres es un gran número.
Ocurrió cierto día en que en un lapso de veinticuatro horas tres personas reconocieron en el rostro de M. ciertos tonos grisáceos, en su andar, en su hablar. Le veían leyendo las manchas de sus zapatillas al andar. M. se veía inmerso en una incercia destructiva que le llevaban a una tristeza y depresión sin precedentes recordables en su persona. Indagaba e indagaba, buscaba una razón por la cual se producía en él tal estado de ánimo, no valía recurrir en tópicos ni ignonimias varias. La verdad sobre el todo se presentó solita en un grasiento garito donde se sirven pizzas, conversando con B. ésta le mostró quien entraba por la puerta: ¿Se estaba M. creando problemas? ¿Estaba harto de ser exitoso? ¿Quería acaparar más atención? ¿Había caido en la trampa de la forma de vida de nuestra depresiva sociedad? M. salió corriendo, corriendo y corriendo, entró en el baño y se puso delante de ella, de la verdad, verdad y verdad. "Espejo, espejo en la pared....". Verdades como espejos.
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