El Último día en la Tierra I, Amanecer

Amanece, que no es poco. M. se levanta. Se siente sucio y siente como si le estuvieran forjando la cabeza. Se incorpora. Pone los pies en el suelo. Muy consciente de la hora que es, a pesar de dormir con la persiana hechada. Es temprano, muy temprano. Pero con los días que vienen necesita ayuda divina. Si no fuera por eso, seguramente seguiría levantándose temprano. Porqué M. va a la universidad. Nunca ha terminado de ser un animal de costumbres, le cuesta seguir todos los días la misma rutina, más bien se deja llevar por sensaciones y esa día sintió que antes que la ducha, el desayuno.

Desayunar, piensa M. antes de ducharse tiene ciertas ventajas sobretodo cuando uno sufre de hambruna pena, como le suele ocurrir a él por las mañanas, sin embargo nunca ha casado muy bien eso de ducharse con la barriga llena, ese vaivén de temperatura insoportable en la ducha merman sustancialmente su ya por naturaleza sensible aparato digestivo. M. llega a la cocina. Busca la leche, la encuentra. Busca una taza la encuentra. Busca el chocoloate, lo encuentra. ¿Dónde están los cereales? Por la mañana uno nunca sabe.

Se dirige hacia el comedor, y sigue pensando; sin embargo, si te duchas primero siempre corres el riesgo de mancharte con el desayuno y luego este está implícitamente más cerca de la comida cosa que nunca es buena, no le gusta comer cuando... M. se detiene, sus pensamientos tardan más en detenerse. Hay alguien sentado en la mesa.

Y come cereales.

Un hombre maduro, con gabardina negra, sombero negro y semblante duro, madurado, como de madera barnizada se come su desayuno. Y le mira. Apura la taza, se levanta y extiende la mano hacia M. "¿Quién es?" pregunta M. su aspecto es un poema visual, de los malos. M. solía dormir en calzoncillos y calcetines y así vestía. "Oh, perdone que no me haya presentado, soy La Verdad Absoulta". M. se siente confundido. Hasta ese momento hubiera jurado que tenía un hombre delante, y sí seguía teniéndolo, pero aún así más increible que su nombre le seguía pareciendo el hecho de que se había terminado sus cereales. Que por cierto eran buenos y caros. Verdad Absoluta esperaba una reacción de M. en forma de verbo, pero no la hubo. Así que añadió:

"Sólo venía a comunicarte que hoy es el Último día de la Tierra. Era sólo para que lo supieras." Y tampoco llegó el verbo. M. estaba anonadado y de repente se le ocurrió que quizá seguía viendo a un hombre porqué no se había puesto las gafas. Verdad absoulta con total confianza le dió un golpecito a la espalda a M. abrió la puerta, que estaba al lado del comedor y se fue con un saludo a modo de mano al aire sostenido.

M. se quedó unos insantes de pié frente a la puerta, balanceándose ligeramente, seguramente por lo temprano de la hora y por la perplejidad en la que ese hombre le había dejado. Así que decidió volver a su habitación. Se puso en la cama. Y decidió que seguramente esto sólo fuera un sueño. Y añadió que por fín había sido capaz de ser consciente en uno de ellos. Se sentía un poco decepcionado consigo mismo por haber participado tan poco en él, y entre malidiciones, se durmió.


Ilustraciones de Pablo Scioti.

Inspirado por la canción "Last night on Earth" de Statovarius y a posteriori por "El Proceso", de Franz Kafka.

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