M. se levanta, se siente descansado. Parece ser que se ha dormido, es un poco más tarde que de costumbre, hay que optimizar recursos: puede irse de casa sin desayunar ¡pero nunca sin ducharse! Y así lo hace. Le encanta. En estos días de invierno, la ducha le santifica: Le recubre de un aura de calor que le hace inmune al frío durante el resto de la mañana. Nunca lo ha entendido. Sin embargo, al ser algo tan positivo de su persona, nunca ha querido indagar mucho al motivo que lo producía, no fuera caso que viniera de algo malo y algún médico se lo quitara. Embedido en sus pensamientos, cogió la chaqueta, tejana, se envolandó la bufanda, se dirige hacia la puerta del apartamento. Maldición, siempre se deja la llave. Se gira para volver a su habitación. Al volverse su mirada tras los cristales de sus gafas se encuentran con la caja de cereales vacía encima de la mesa, y un tazón, aparentemente apurado. No cabe duda de que no hace falta decir que sin duda, se sobresalta y mucho.
Ese día no cogieel ascensor: baja las escaleras corriendo. En el autobús, acurrucado en los asientos traseros, y dentro de su música, injertado en su pensamiento tiene la imagen de los cereales. La imagen de un hombre con un traje. Un nombre de mujer tanto peculiar para un señor. Y un mensaje inquietante, apocalíptico por así decirlo. Pero no, lo más probable es que el gordo de su compañero de piso, afectado por hambruna a mitad de la madrugada se viera obligado a pisparle unos cereales a M. ante la escasez de su despensa. Y al oírle en sueños su subconsciente le haya jugado una mala pasada montando una escena kafkiana digna de un director de cine independiente europeo.
Al encontrarle salida a sus pensamientos, se fija en la calle, la preciosa calle que cruzaba la ciudad, bañada ahora por los soles aún rosáceos de la mañana. Y se dedica a lo que más le gusta en el autobús; contemplar a las personas e imaginar sus vidas, extrapolarlas, lo mismo que en su pueblo hacía con los árboles. Pero en seguida sólo fue capaz de distinguir hombres con traje y sombrero comiendo cereales. Desvia su mirada de la calle y saca un libro de su cartera. No recordaba haberle dejado un punto, ni siquiera haberlo empezado. Pero hay un punto, más bien parece una tarjeta de visitas y de frorma mecanografiada dicta:
Sr. Verdad absoulta
C/ De la certeza, 43
La Ciudad
y detrás de ella esbozado a mano:
Recordarle a M. que hoy es el último día de la Tierra y que como tenía prisa no se lo he podido comunicar a nadie más.
Nadie sabe como llegó esa tarjeta allí. Y quizá si el libro pudiera haberse quejado, de que algo le implica como leído, dadas las circumstancias, no lo hubiera hecho.
Ilustraciones de Pablo Scioti.
Inspirado por la canción "Last night on Earth" de Statovarius y a posteriori por "El Proceso", de Franz Kafka.
No hay comentarios:
Publicar un comentario