El Hombre que daba cuerda al mundo. Parte Segunda



Eran apenas unas palabras y a pesar de estar escritas en caracteres occidentales era incapaz de entender una de ellas. Escaseaban de forma extraña las vocales. La excitación y alegría no me duraron mucho; seguía sin haber un camino definido y había pasado la mitad del día caminando hacia ninguna parte así que ese cartel en realidad, no me decía nada de nada. En todo ese recorrido el paisaje no había cambiado lo más mínimo. Ni un riachuelo, ni un pájaro, ni un conejo. Ni un suspiro. Mi jadeo y mi respiración eran los únicos ruidos que llegaban a mi cabeza, en forma de ruido tanto interno como externo.

Seguí caminando y a pesar de racionar la comida que llevaba me invadió una fuerte sensación de abandono. Me sentí frágil, vacío. Los días que había pasado en la cabaña los había invertido en comer, leer los libros escritos en los idiomas que podía leer y al principio masturbándome.

Me masturbaba con cierta frecuencia. En cuanto sin motivo aparente mi pene se endurecía, ponía solució a ello de inmediato. Al principio recordaba un cuerpo femenino sin rostro, podía imaginar con relativa precisión cómo la tocaba, como la acariciaba, como se metía mi pene en su boca, como me lamía todo el cuerpo y como la penetraba. Con los días, las líneas de ese cuerpo femenino se borró de mi mente y se convirtió en una forma atractiva y más adelante se convirtió en algo deforme viscoso que al envolverme me daba placer. Hasta que finalmente hasta eso desapareció y el contenido se quedó sin contingente. Perdí las ganas de masturbarme y dejé de desear un cuerpo de mujer. Fue entonces cuando cualquier cosa relacionada con el apetito sexual despareció.

Y sin embargo allí estaba, al pié del camino, seguí andando, preveía que si quería podía andar un día más, pudiendo volver a la cabaña con garantías. Eso podían llegar a ser cuuarenta quilómetros andados. No se me ocurrió lugar en este mundo, suponiendo que seguía en él sin signos de civilización a cuarenta quilómetros a la redonda, la distancia que puede cubrir un hombre a pié y con mucho instinto de supervivencia.

Al poco rato empecé a sentir un calor terriblemente sofocante, como si el cielo se apretara contra mi piel; en todos los días que había pasado en los alrededores de la cabaña jamás había notado cambio alguno en la presión atmosférica. Ahora cada paso que daba era como cargar con un vestido cada vez más pesado. Sentí además un principio de cosquilleo en la punta de los dedos de las manos y los piés y a la vez que andar se hacía más penoso. A pesar de ello sentía como mi cuerpo se aligeraba. Todo fue cuestión de segundos. Empecé a marearme y a perder la visión en beneficio de una luz ténue que me nublaba la vista (la luz no estaba allí en realidad). Sentí cuando dí el último paso al frente como mi cuerpo perdía su forma. No sabía como decirlo, no es que viera que mi cuerpo perdiera la forma, de hecho no ví nada. Lo sentí. Sentí como mi carne fuera como el agua que se vierte encima de una mesa. En ese momento me detuve. Empecé a deshacer mis pasos de espaldas y la sensación fue exactamente la inversa, paso a paso dehacia esa especie de encantamiento físico. Al volver a la normalidad de sentí completamente agotado y devastado. Me apoyé a una piedra y me dormí profundamente.

Lo que sucedió ese día jamás he llegado a entenderlo. En cuanto me desperté volví tras mis pasos a la cabaña.

Por ello mi intención es entenderlo hoy, he preparado las últimas reservas de comida y he llenado una vieja cantimplora de agua, con el cuchillo en mano me dirijiré a la verde y oscuro. El problema claro, es que estoy convencido de que si quiero contarlo, no podrá ser por escrito. Tengo el presentimiento de que me sucederá algo que mientras dure, será malo, escalofrioso y ello conllevará que no podré volver a la cabaña y escribirlo en este cuaderno. Cuaderno que por otra parte no creo que sirva de mucho. Y como el fín de esta historia no podré escribirlo yo, simplemente quienquiera que lo lea, puede considerarla por terminada en cuanto no haya otra línea para leer. Cosa que podría suceder exactamente ahora mismo.


Mientras tanto, en algún lugar de esta ciudad, había alguien que seguía llorando una ausencia. La lloraba pero a la vez estaba tranquila, pues la sentía necesaria. Como si su ausencia fuera el motor que hace girar la Tierra en su propio eje. Leerlo en los periódicos no la tranquilizó en absoluto. “Joven desaparecido en Madrid. Família desolada”. Lo que ella no sabía era que en ese preciso instante, quizá unas horas más tarde, desaparecía otro joven en una noche oscura y profunda de verano, en alguna calle de Madrid, sin dejar rastro alguno, sin que hubiera signos de pelea o forcejeo. Sin dejar motivo alguno para sospechar que a veces nos llegan ecos de un cric-circ lejano. Tan lejano como necesario.

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