La Caída del Péndulo


Cuánto importa en esta vida pasa por casualidad. No es fácil alejar ese presentimiento, esa certeza, esa fatalidad de mi cabeza. No es fácil cuando un día de repente por un accidente cuyas mayores características son la aleatoriedad y la eventualidad tiene lugar.

A finales del primer verano de la segunda década de este siglo ocurrió el “accidente de la mina San Esteban”. Por casualidad a más de trescientros metros de profundidad una minúscula piedra se delizó de su soporte y cayo en el suelo unos metros más abajo, una pequeña perturbación que pudo causar un derrumbe que dejaría atrapados durante más de cien días una treinta de mineros a setencientos metros de profundidad. Lo ví en el telediario mientras cenaba, inmerso en mis preocupaciones artificiales. Por algún extraño motivo sentí una profunda turbación, en algún lugar de mis entrañas algo no encajaba después de ver esas imágenes. Me levanté, salí a la terraza y encendí un cigarrillo.

Uno de los recuerdos más vivos que tengo en mí mente fue la visita que hice de pequeño a un museo de la ciencia. En su entrada colgaba un inmenso péndulo de Foucault. Mientras el resto de mis compañeros de clase se dirigía a la entrada del museo yo me quedé plantado viendo como el péndulo se acercaba, se alejaba. No entendí muy bien el porqué necesitaba un espacio circular tan grande si lo único qué hacía era venir hacia mí y alejarse de mí. Durante mucho tiempo, después de la visita en el museo cuando la vida me daba un golpe yo recordaba a ese niño frente al péndulo. El péndulo acercándose, alejándose. La vida es como la caída de un péndulo. Al principio las oscilaciones son ámplías, impetuosas, amenazantes. Entonces con el paso del tiempo algo imperceptible y a primera vista incomprensible va deteniendo poco a poco el paso pendular. De la misma forma la vida emana caídas y subidas cuya amplitud se extingue con el paso del tiempo hasta apagarse por completo y convertirse en una bola de pesado metal sostenida en equilibrio inerte, en el aire.

Sentado en la terraza, fumando y fijando la vista en un punto indeterminado del cielo al azul más oscuro del final del crepúsculo la imágen del niño y el péndulo volvió a proyectarse en mi mente. Momento en el que casualmente apareció ante mí un punto brillante en el cielo. El punto, de un brillo artificial se movía de forma perfecta en la bòveda celeste. Como si fuera un tren sídero sobre la vía láctea. Lo seguí con mi mirada hasta que en el horizonte de edificios opuesto del que había amanecido, se apagó. La intuición me dijo que se trataba de la Estación Espacial Internacional, el mayor satélite artificial jamás puesto en órbita por el hombre, cuya construcción debía terminar poco antes que los mineros pudieran salir de ese pozo de veinte metros en el que estaban confinados a setecientos metros bajo tierra. La Estación Espacial, está habitada por seis astronatutas y orbita a una altura de más de trescientos quilómetros por encima de nuestras cabezas.

Y entonces el péndulo empezó a oscilar, y al pendular de un lado al otro, la bola de metal cortando el aire y produjo un silbido:

Durante un periodo de unos tres meses los astronautas que allí suben, ven amanecer quince veces al día.

Durante un periodo de tres meses los mineros que allí quedaron atrapados no vieron la luz del día.

Los astronautas de la estación espacial están confinados en un pequeño espacio, al que llegaron de la forma más costosa y calculada posible, en una nave que lleva al hombre a las estrellas. No hay hombre más allá de esos hombres. Los astronautas están en la cima de la humanidad y haber llegado allí es el mayor logro de sus vidas. La razón de su propia existencia y el sueño de muchos otros, la suma de una gran cantidad de esfuerzos y reducido a su esencia la más dichosa cadena de casualidades que el hombre puede dar de sí.

Los mineros de San Esteban están confinados en un pequeño espacio, al que llegaron de la forma más catastrófica y desafortunada posible, a través de un pozo que lleva al hombre a las profundidades. No hay hombre más hundido que esos hombres. Los mineros están en las profundidades de lo humano y haber llegado allí es la mayor desgracia de sus vidas. La razón de su locura de su desesperación y su dolor y del dolor de muchos otros, la suma de una gran cantidad de desgracias y reducio a su esencia la más terrible cadena de casualidades que el hombre puede dar de sí.

El péndulo se detuvo y dejó de cortar al aire. Se consumió todo el cigarrillo abandonado en el cenicero. Y entonces, no sé en qué orden: no sé si primero me levanté o primero lo pensé. En cualquier caso comprendí.

Había algo fatal en mi vida que debía cambiar de inmediato.

2 comentarios:

Annouk dijo...

Brutal com sempre Marc! És ben bé que a vegades et llegeixo i m'identifico bestialment...vaig escriure sobre pèndols no sé quan fa ni per on para, però ho buscaré. I jo també em vaig quedar aturada (no era molt petita) i no era un museu...algun lloc sagrat de París ;) Cuida't Marc!

marcsit dijo...

Anna sempre igual xD, no em llancis tantes floretes que encara m'ho creuré i malament xD, que no home que no, que no n'hi ha per tant, simplement intento escriure bé el que sento, penso, invento i a això m'esforço però no li dono moltes voltes.

I sí, jo també vaig estar fa un any i pico al pèndol del llog sagrat :), pero no et pensis la història del museu de la ciència és ficció. Segurament si hagués parlat de París hagués estat millor i tot... per la propera :) i m'agradaria veure el text del pèndol penjal a blog si creus que val la pena!