¿Qué harías si fuera tu último día en la tierra?
Al amanecer;
Pronto, en la mañana;
A media mañana;
Pared con techo estrellado, cal-car-com-ida, blanca. Lisa. Seca. Apoyo mis manos ¿Quién anda en el otro lado? Toc, toc. Clac, clac. Gemidos.
Sucede que una vez al día, sin que eso sea objeto de gran interés, anochece. Se encrepuscla el cielo. Sucede también que siempre hay una longitud en la que sucede; siempre anochece. Sucede menos a menudo y ya a nivel particular que uno contempla (verdaderamente) uno de esos crepúsculos, lejos de una gran ciudad; el Seine ha sido cambiado por un río cualquiera, cerca de un monte cualquiera. Sucede que uno se planta;
El formato de nuestras vidas ha cambiado y los símbolos ya no son, lo que eran. La muerte ya no existe. La muerte ya no existe. Antes llegaba cuál espectro empuñando una guadañana y se sentaba en un tabuerte en el umral rellano, fijandonos su vista mientras, acostados balbucéabamos las útlimas palabras a quiénes eran de trascendencia, a quiénes queríamos. Pero morir ya no es lo que era. Ahora una maleta nos aguarda en el umbral del rellano, una maleta con la etiqueta de alguna compañía low cost a poder ser. La escena en la cama es la misma.
Tengo miedo de los máximos, las cosas absoultas; lo definitivo. Buscando grabarme en piedra me doy cuenta de que apenas tengo hagallas para echar una firma. Cualquier día de estos me guardarán en un armario. Alcanzar un abosulto es algo desolador; ya jamás volveremos a estar en lo alto de esa montaña; es lo de siempre, del camino, de eso se disfruta. La cima no es más que un instante, un orgasmo, una corrida. Dejar de vivir la vida cómo un camino, dejemos eso a los dioses.
Empieza con un suspiro, ahora intenta ahogar su gruñido. Hay que terminar con el patrón Luc, hemos vagado meses en círculos. Puedes asemejar París a un círculo; el sena no es más que una cuerda tendida a ninguna parte ¿te acuerdas de la definición de cuerda? Pero al final, llega el final; con suerte un mausuleo roto.