Mariposa que al batir sus alas se aleja. Parte Primera

Mi mente no es como una mariposa que bate las alas y vuela errante hacia lo desconocido, más bien mi mente es una especie de oruga que repta generalmente en línea recta y hacia sitios de los cuales tengo memoria. Es, además, una oruga que jamás se metamorfoseará. Eso no quiere decir sin embargo que no escucha ni asienta (haciendo olscilar suavemente mi mentón a modo de afirmación) a las historias que a veces puedan parecer un tanto inverosímiles y que a veces puedan llegar a no parecer de este mundo.

Ésta ni siquera sé si es una de esas historias, a mí, en particular, me lo pareció. Se la escuché a un amigo, un antiguo compañero de la universidad, ese lugar donde si uno quiere que así se, suceden experiencias vitales de gran importancia. Seguramente la historia no sucediera tal y como la escribo, de ella hace ya algún tiempo y me falla la memoria, pero en cualquier caso las cosas importantes

Era un sencillo y caluroso sábado de Julio; desconozco la importancia que quiso darle mi amigo al echo de que fuera un sábado, seguramente por las vibraciones que nos transmiten los días no laborales. Se acababa de mudar de barrio así que apenas conocía a nadie de la zona y sus amigos habían dejado la universidad para éstar durante el mayor tiempo posible lo más lejos de ella. Tenía que hacer unas compras para terminar de arreglar su cuarto. Con este pretexto se dirigió sólo en autobús a un gran centro comercial donde podía encontrar todo lo que buscaba. Por lo visto así fue; estuvo un buen rato y no es de recibo desglosar la compra que hizo ese día, de hecho fue algo que ni siquiera me quiso comentar. La cuestión es otra.

Mi amigo con afán de hacerse la vida un poco más agradable (e imagino que para impresionar a las chicas que se acercaran a su cuarto) decidió buscar algún tipo de ambientador New Age para su habitación. Con esta idea en mente entró en una de esas tiendas afrancesadas que venden este tipo de productos. Aparentemente la tienda estaba vacía, pero de repente apareció una dependienta. Una chica joven, "quizá" me dijo, algo menor que él. Llevaba una especie de delantal, el uniforme de la franquicia . Era más bien baja, bajita. Pelo recogido y curvas sutiles dibujaban su cuerpo. Pero por encima de todo destacaban sus ojos, una mirada, unos labios, un habla, magnéticos. Magnéticos de forma natural.

Y como si quisiera despojarse de todo menos del alma, la dependienta le pidió si quería que le guardara las bolsas que llevaba y la mochila, él se dejó. A continuación el le pregunto por los distintos tipos de olores y por las distintas formas que había de impregnarlas en una habitación. Ella se las mostró una por una, más que mostrarlas lo que hizo ella fue compartirlas con él. Seguía sin entrar nadie en la tienda, y en cuando se saturaron los olfatos sintieron la necesidad de dejar de oler y ponerse a hablar. Fue fácil (siempre lo es en estas ocasiones) encontrar temas conjuntos de los que hablar. Y entonces las palabras sirvieron de puente para que el uno conociera el nombre del otro, y no poco más tarde, uno conociera la sonrisa del otro.

Pero se le hacía tarde a mi amigo así que muy a su pesar se tuvo que despedir de la dependienta cuyo nombre, algunos gustos y lo de más importancia, cuya sonrisa, conocía. Lo que pasó a condición, según me contó mi amigo, le conmovió profundamente.

1 comentario:

José Luis Díaz dijo...

Vaya! me has dejado con la intriga. Me alegro de que haya una segunda parte ;)