En la Orilla del Mar


Sentado en la orilla del mar recuerdo.

Siendo niño, el mar era de forma inevitable una gran metáfora de la soledad. Siempre iba a la playa con mis padres, de por sí formaban un indivisible y solitario grupo de dos. Al contrario que el resto de niños que se lanzaban arena encima y construían imposibles presas y ríos artificiales alrededor de las duchas, a mí me gustaba tumbarme encima de la orilla y dejarme llevar por el oleaje. Me gustaban las olas. Me encantaban las olas fuertes. Recuerdo muy vivas aquellas noches con la brisa del mar penetrando por mi ventana, cubierto por una sábana, sentir mi cuerpo oscilar al compás de unas olas imaginarias y sin embargo muy reales. Recuerdo una vez un niño algo mayor que yo, que intentó convencerme de que las olas venían de una tierra muy lejana dónde había unos templos con unos monjes que rezaban para dar ímpetu al mar y crear las olas. Yo le replicaba que las olas eran cosa del viento. Qué cosas.

Cuando me tumbaba en las olas imaginaba historias imposibles, en ellas mayoritariamente me ganaba el amor de alguna compañera de primaria por la que sentía algo que no se correspondía con un niño de mi edad. Como yo la salvaba, ella me quería incondicionalmente. Era así de sencillo. Y siendo el amor tan sencillo, el resto de la vida lo era aún más, si cabe.

Cuánto se han complicado las cosas, cuanto se han enredado. Si la vida fuera una plana sin duda sería una enredadera que poco a poco se ahoga a sí misma y finalmente se consume a sí misma. Ahora el mar, más que una gran metáfora de la, de mí, soledad, se ha convertido en una metáfora de lo inabarcable en la vida. Con las olas (rozándome los piés) llegan recuerdos y con las olas se van de nuevo.

Sentado en la orilla del mar contemplo el ocaso.

Formo parte de esa mitad del mundo que goza y a la que se le ensancha el espíritu al contemplar un fenómeno meramente astronómico-monótono-síncrono y repetitivo durante varias decenas de miles de millones de años. Qué le vamos a hacer. Contemplando el ocaso me doy cuenta de que en verdad, en otras orillas de otros mares está amaneciendo. Pienso en esa persona que estará contemplando esos amaneceres.

Ella y yo somos como dos Primeros Ministros de dos países enemigos en guerra que se comunican mediante un satélite astral y candente y que a pesar de bombardear las respectivas ciudades sienten una simpatía natural el uno por el otro. Él y yo compartimos además el silencioso murmullo de la espuma de las olas que trae consigo secretos batiscafísticos del fondo del mar. Ella y yo juntos comprendemos algo que solos no podríamos concebir; por suerte si de algo no moriremos será de caernos por el borde.

2 comentarios:

Annouk dijo...

Boníssim post Marc! El passat, les imatges que ens sembla conservar i les fotografies de les mateixes imatges que guardem a la retina (sovint diferents). M'ha agradat, et seguiré ;)

marcsit dijo...

Ei moltes gràcies Anna :P m'alegro que t'agradi. Es fa el que es pot i el que ve :P