El sueño de un caballero

Sobre lo que sigue no puedo decir "está boca es mía" puesto que es el sueño de un caballero y yo, no soy un caballero. Lo que sigue está escrito por J., el poeta. Se trata de la reinterpretación y el filtrado de un sueño, érase una vez...

La humedad impregnaba la atmósfera de un tono asfixiante. Unas espesas nubes negras cubrían el cielo, el sol luchaba por abrirse paso a través del horizonte llenando el ambiente de un tono morado. Y allí, en ese lugar inexistente, en ese tiempo atemporal se encontraba un caballero completamente armado. Caminaba ligeramente como aquel que tiene claro por donde camina. Tenía la mirada fija en un punto, al final del camino, no demasiado lejano. Este tortuoso camino llevaba a una fortaleza sin murallas, aparentemente indefensa. Ésta tenía el aspecto de una catedral gótica, pero lo que más atrajo la atención del caballero era el imponente portón que separaba el camino del templo.

Llamó con la empuñadura de su espada, gritó con fuerza su nombre. Al poco tiempo, aparecieron dos niños vestidos de blanco. Uno de ello era rubio y aparentaba tener una edad cercana a los diez años, aunque presentaba unas ojeras que envejecían su delicado rostro. La otra niña, más pequeña, era morena y de piel extraordinariamente blanca. Los dos se quedaron mirando fijamente al caballero y éste movido por una fuerza superior dijo con una voz ronca y firme : "El lenguaje no es una abstracción, es una verdad". Las palabras del caballero se perdieron en el eco del silencio, pero los niños al oirlas comenzaron a llorar clamando la protección del señor de la fortaleza. El caballero dejó que los niños se lamentaran y se introdujo lentamente en el interior del templo cerrando el portón tras de sí. A su izquierda se extendia un pasillo que parecía no tener fin, iluminado con antorchas de modo que semejaba los rayos solares. Un paso, otro paso, la respiración del caballero era el único sonido perceptible. Cuando a lo lejos comenzaron a sonar estruendo de armas, un elevado número de caballeron encabezados por los niños iban en busca de nuestro hombre, que lejos de sentir miedo dio un paso decidido, un paso que quizá nunca debiera haber dado. Tras ese paso y como por arte de magia, el caballero se quedó completamente desnudo. Sus armar habían desaparecido, su armadura se había desvanecido, sólo le quedaba una reluciente daga que encontró apoyada en la pared. La agarró con firmeza y la arrogó contra el estómago del primer caballero, cuya sangre comenzó a cubrir el reluciente suelo de mármol. Veloz como un rayo tomó la espada del caballero herido y como poseído por un espíritu infernal comenzó a repartir golpes a todas partes. Destrozó numeros cráneos, atravesó torsos con su hambrienta espada, mutiló a numeroso caballeros. La sangre cubría todo el suelo y bañaba su cuerpo. Había vencido sólo con su brazo y ahora la sangre era la única prueba de su hazaña, una sangre iluminada por el fuego de las antorchas, que se reflejaba en su áspera y arrogante mirada. Cansado por el esfuerzo llegó al final del pasillo.

El final del pasillo era el comienzo de su sueño... A su derecha encontró sus armas en el interior de una red de cuerda marina. Resoplando se echó las armas al hombro y giró sobre sus pies para seguir la senda que estaba marcada. Al levantar la mirada contempló perplejo la imagen de un extenso ejército silencioso. Todos lo guerreros escuchaban a uno de sus generales que se encontraba delante de una enorme tela blanca que cubría alguna suerte de escultura, sus palabras llegaron suavemente a los oidos de nuestro caballero : "Está sábana oculta la figura de cuatro caballeros, dos de ellos serán elegidos para la batalla final". La sábana se deslizó sobre las esculturas dejando al descubierto las cuatro figuras de cuatro caballeros en actitud agresiva. Sí, ahí estaba nuestro hombre, en un tono marrón, esculpido en la roca. Los guerreron chocaron sus espadas con los escudos, provocando un estruendo que agitaba las aguas del mar. El general orgulloso seleccíonó a dos caballeros, nuestro hombre no estaba entre ellos. Melancólico tomó sus armas grises, se dirigió hacia una acantilado, saltó a las aguas de un mar oscuro, nadó hasta llegar a la costa donde le esperaba la realidad, la nada, por fin su sueño había terminado, y una parte de su alma se quedó en esa escultura que recordarán los guerreros venideros.

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