Otras Destinaciones

Es por ella que esos buzones se ponen rojos de la risa provocada al envasar nuestros recuerdos en una fina lamina que tardará lunas desfasadas a alcanzar el remitente, a nuestra suerte. Es por ello que a veces sencillamente resulte más eficiente mandar un pensamiento por ondas hertzianas. Un beso estromboscopiado. Un saludo binario.
Y sin embargo cuán de bonita es la lectura trazada sin picar, sin proyectar, contragrafiada entre los lexodromas de las manos indudadas de tinta, ríos azules oscuros (casi negros). Espacios horizontales q los que incostumbramos. Porque no es lo mismo dormir de pié que en estirado hacia el horizonte.
Hay versos que no caben en tanto espacio. Palabra que exceden los márgenes. Pero caray no hay otra forma de saber capturar ese aire de anticuado,
de siglo pasado.
Eres un Norte
He andado muchas sendas,
con ojos vendados.
*
He cruzado muchos ríos,
con aguas angustiadas.
*
He encumbrado montañas,
con pies atados.
*
En todos esos haceres,
un punto cardinal había:
tu mano en la mía.
**
Ahora me he perdido;
ando aturdido,
nado hundido,
subo caído.
*
Te he perdido.
***
con ojos vendados.
*
He cruzado muchos ríos,
con aguas angustiadas.
*
He encumbrado montañas,
con pies atados.
*
En todos esos haceres,
un punto cardinal había:
tu mano en la mía.
**
Ahora me he perdido;
ando aturdido,
nado hundido,
subo caído.
*
Te he perdido.
***
Vacante
Parado delante del papél, la tinta se extendía debajo del peso de su pluma, absorviendo la celulosa se hacía más y más pesada, un acaudalado río de palabras que jamás serían inteligibles.
Ha perdido el control. Se ha perdido.
No es capaz de matarle. Así es cómo quería terminar la historia. Un accidente. Del todo inocente. Muerto por la inocencia de una mirada perdida, de unos ojos que te miran para que te mires. Mirarse al interior mientras montas en bicicleta no es una buena idea. Y lo que debía pasarle es que un coche le arrollara. Lo que debía pasarle es que una niña sentada encima de un muro, fijara su vista en él, una mirada del todo inocente, del todo desintencionada, tan higiénica que él no podría apartar la suya de esos ojos infantiles, hasta desviarse a la mitad de la carretera y ser brutalmente arrollado.
Pero no siempre se le puede pedir prestado a la vida. Puesto que eso precisamente, óbviamente sin la parte en la que es arrollado, es lo que le había pasado a él esa misma tarde mientras volvía de la piscina. Cómo si él se hubiera convertido por un momento en el personaje de su ficción, inmediatamente después de fijar su vista a la de esa niña se había dado cuenta de lo peligroso era aquello y de lo fácil que era despistarse y sufrir las consecuencias.
Pero ha perdido el control. ¿Qué puede hacer?
Hoy ha vuelto a ver a la niña, de nuevo sentada en ese muro, de nuevo en la misma postura, de nuevo la misma mirada. De nuevo la misma muerte de ficción. Esta vez se ha arriesgado más fijando durante más instantes, su mirada en la de ella. Crash.
Y ahora he perdido el control. Encontrarse,
delante de un papél, las teclas se repiten debajo el peso de mi índice, la pantalla se hace más y más pesada, un acaudalado río de palabras que jamás serán inteligibles.
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