Castillos en el Aire, I

Se presenta un dilema terrible; ¿debo conocerla? ¿Qué derecho tengo? A mirarla, a acercarme a ella, a hablarle... acaso... ¿a acariciarla? No tengo ningún derecho.

¿Cómo podría hacerlo? Haciendo el ridículo supongo "Hola, perdona, sin pretexto alguno he notado lo bonita que eras y he decidido venir y conocerte". No, eso no puede hacerse, sinó este mundo estaría condenado con sinceridad. Hay que esperar que ocurra, que se pongan en marcha los mecanismos de la casulidad, único órgano regulador y ejecutador de las relaciones humanas. Él único por derecho.

Oh vaya, no, no puedo aceptarlo, ¿por casualidad entonces? ¿Es así como pretendes que la conozca? Y dime... ¿Qué tiene de digno la casualidad? ¿Qué tiene de noble? ¡Nada! ¡Castillos en el aire! Dejame, deja que me abra paso, dejame andar a grandes zancadas, para alcanzarla a lo pronto. Deja que choque contra su armadura de cristal en la que se reflejarán en el último momento todos mis temores, despojándome de todas mis armas excepto con la del ridículo, que pocas veces es mortal.

Ya lo has hecho, ya has vencido, estas más allá de la casualidad y la causalidad, ya la conces. Ya ha entrado en tu vida, ¿y ahora qué?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te cojo una frase prestada para mi blog, espero que con tu permiso, jejeje.
Un abrazo!