Escenas de una memoria (I)

Cierras los ojos y te relajas, ha sido un dia duro. Pisa el suelo crujiente del muelle, pone su mano a modo de visera, mira hacia el horiztonte; nubarrones oscuros, amenazantes de tormenta. Y aún así, abres la puerta y entras, buscas en tu memoria. Con un pie firme en tierra, pone uno en el bote, que lucha por mantenerse en equilibrio en el agua. Es entonces cuando te ves rodeado de un mar de rostros; estás en la mitad de una sala grande, ancha alta, en ella estás muy agobiado; la gente te empuja, de un lado a otro; cómo si estuvieran de paso y tu sólo fueras un estorbo. Lleva un buen rato navegando hacia el horizonte. Quieres encontrarla. Quiere encontrarlo. Está entre la gente. Está en las profundidades. Sólo es cuestión de aguantar entre tanta gente, entre tantos rostros conocidos, entre tanta experiencia viva, entre tantos cuerpos que se te interponen. Sólo es cuestión de que siga navegando hasta llegar allí donde el mar es tan profundo como la lejanía del horizonte lo perimte, de que lance sus redes, de que sea paciente. Oh, vaya allí está, la has econtrado, pero de nuevo, situaciones vividas a las que no te quieres enfrentar, te hacen frente. Hoy pican, pero las nubes se agolpan, una encima de otra y amenazan con descargar de un momento para otro, con furia. Y le hablas. Se desata la tormenta.

Las aguas se enfuerecen y las olas provocan que el bote se vuelque, es inútil, el agua es fría y el bote ha desaparecido entre las oscuras aguas. Hay algo que tira de él hacia ellas. Le fallan las fuerzas. Se sumerge en el agua; sólo ve burbujas y negrura, algo lo tiene agarrado del tobillo, algo le mata.




Y de repente, abres los ojos.

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