Perla Blanca, Oceanos Negros (I)

Tengo un cuadro colgado en la pared de mi cuarto, se trata de un sencillo cuadro del mar, de la playa. Alzo mis ojos cuando se me nubla la mente, si no fuera por él me colgaría en las alturas, respiro hondo y en este repetitivo vaivén mecánico de mis pulmones escucho el vaivén de las olas de esa playa. En el cuadro, a trazo fino de pastel, se dibuja un atardecer en una playa más o menos virgen. Su izquierda se iza una sutil colina coronada por un faro. Cuántos símbolos insinuados ¿verdad? El vaivén de las olas, incansable, repetitivo, tan sonoro y relajante, la intermitencia de la luz del faro que guía los barcos, pues las estrellas, que parecen doncellas desnudas, lejos quedan de dar suficiente luz. El sol que amanece y atardece todos los días, a la hora prevista. Y todo se repite, sin aparente variación, ¡Pardiez! Pero así no llegaremos a ninguna parte: no hay nada nuevo bajo el sol; el eterno retorno. Y sin embargo, no deja de sorprendernos, nos dejamos hipnotizar por esta horripilante repetición y nos justificamos, nos autoproclamamos sensibles y merecedores de amores, eternos a poder ser. Y mucho hemos repetido en este párrafo a cerca de lo eterno, la variación y la repetición, más no será en vano. Pero, díganme, que sucedería si un día dejase de respirar Neptuno y el mar quedara en silencio, ¿qué pasaría si los pescadores pescasen la aurora?, ¿si un pescador pescase el Sol? A decir verdad todo eso es muy difícil y como alguien que escribe me parece una licencia demasiado grande, no está muy bien visto atentar tanto con la realidad. Sin embargo si puedo hacer otra cosa, puedo apagar la luz del faro y ver que sucede. Detener la más leve de las repeticiones de mi cuadro. Y observar la más insignificante de sus consecuencias.

Para ello necesito de algunos personajes, espero ser un buen poeta y que estos estén a gusto con ellos mismos y con su creador, por supuesto mi propia realidad deberá salpicarles de algún modo, así que a uno de ellos le llamaré M. y al resto, el resto vendrán como en las películas, por orden de aparición.

M. nació y creció en el mar. Nació para estar lejos de la gente, encima de un bote oliendo a pescado y sabiendo a pescadilla en tierra firme su casa, el faro. Murió su padre, murió su madre y se encontró sólo en el mundo. M. tampoco tenía a nadie que le escribiera y por lo tanto también estaba sólo en si mismo. Así sin quererlo mi personaje se ha convertido en un loco en potencia. No obstante, había algo que le sujetaba a la realidad, de forma muy fina y sutil, se trataba de su oficio. Era farero y como vivía tiempo ha, en un mundo sin más luz que la de aceite y brasas, se encargaba de alimentar la luz del faro. Una noche en el pueblo cambiaría su vida por una eternidad.

No puedo seguir con el relato sin concretar dos aspectos. Por orden de aparición toca hablar del pueblo. Por supuesto en mi cuadro sólo aparece la playa y el faro, y en valiente acto de creatividad, me atrevo a declarar que una estrecha senda más o menos larga según los gustos del lector conducía del faro a un pueblo, un pueblo de costa, llamado el pueblo Blanco por ejemplo. He hablado también de cambiar una vida por una eternidad, complicado, sinceramente, se me antoja complicado, no pretendo ser muy surrealista ni hipérbole en recursos como metáforas. Como captar lo infinito en una vida finita, para ello es necesario suministrar dosis de infinitud en laspsos minúsculos de tiempo, de eso se encargó bien nuestro creador, el orgasmo es un buen ejemplo. Una vez leí acerca de un hombre fictíceo que tenía orgasmos de modo permanente y constante, iba saltando y chillando por las calles, demasiada eternidad mata.

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