No hay Centro

Desolación, la forma moderna de verla, a mi prezco-enteder es en forma de cursor palpitante enicima de una pantalla, a bien ser plana y panorámica. Esa vaivenír condena del que ahora escribe; antaño papél-mojado-con-pluma-estacionaria-sobre-el-papel. Es duro cuando se quiere escbirbir y no se sabe de qué. Miras al mundo (corazón abierto) en búsca de alguna excusa para hacer que ese maldito cursor deje de palpitar; preguntas a los perros, los gatos; miras debajo de las piedras y nada, nada que contar. Ni siquiera en un midí de la Rue des Crochettes. Hace un calor que no es normal eso sí. Cuánto sol. Esto me pasa por seguir por el lado de acá.

Ni siquiera eso tiene interés; el cuánto sol. Luego entras en el métro y a diferencia de los últimos meses, lo encuententras un lúgubre, que eso sí, sigue escampando la misma peste. No tiene interés. Luego abres un libro y cómo hipnotizado for a ghost inocuo empiezas a pensar en escbibir lo que ya está escrito y cómo ya está escrito ¿Qué hacer cuando no hay nada qué mirar ahí fuera? Mirar hacia dentro. Mirar curvadamente hacia dentro. Dentro hacia curva.

Mirar hacia dentro es como intentar descifrar una ciudad por lo que se esconde tras las ventanas de sus edificios, es como visitar una ciudad por sus alcantarillas, correrla por su metro. Es allí dónde ocurren las cosas importantes; el resto, una masa cambiante de tránsitos torpemente conectados. Dentro oigo una voz, deconstruida desde Marc hasta un ausente M.


Demuéstrame que vale la pena luchar por tí.

Qué no es ganar y perder en soledad.

Que no soy sólo un peón.


Algún día tendré que golpear allí dónde hace daño.


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